martes, 5 de julio de 2005

Al sur del sur

La Patagonia es una tierra extraña, ya lo dije y ya se sabe.

Algún misterio artificial tiene, claro. Cara de ser extraño por vivir en la Patagonia -que es extraña- algunos ponen, claro. Pero, de hecho, aquella tierra no necesita fingir, ni que nadie sobreactúe sus rarezas. No hace falta que nadie se haga el raro allí.

Eppur...

Después de todo, ya es raro que allí haya gente, y por eso mismo no es raro que en tierras extrañas se aglutinen seres poco frecuentes.

En todos los años que llevo viajando por allí, esporádica pero constantemente, no hay vez que no encuentre a alguien -o el relato sobre alguien- que ponga a prueba mi sorpresa, mi imaginación.

En principio, siento admiración. Las historias son siempre de pioneros, porque no sé si hay alguna otra forma de vivir allí. Tienen siempre un aire de heroicidad inusual, de coraje espantable.

ver

(Por varias cosas que sé de aquellos lugares, pensaba en alguno de los tramos de esta última recorrida, lo exageradamente infame que resulta allí la codicia, el abuso, cualquier maldad. Al mismo tiempo, pensaba también lo comprensible que tales cosas pueden ser precisamente allí. Es extraño. Pensar que alguien pueda o quiera medrar o aprovecharse allí de su prójimo -comerciantes, empresarios, políticos-, tiene una gravedad mayor. Suena a que a un desnudo, cuando ya no tiene más que la piel, le arranquen la piel...)

Pienso siempre, cuando vuelvo 'al llano', a casa, lo difícil que es encontrarse esas historias entre los que uno ve y frecuenta en la ciudad, en el propio pueblo. Y en la propia vida propia.

Me parece que mucho de todo lo que hay para admirar está en relación directa con las distancias y con el clima patagónicos, que crean una marca de dureza, de penuria, que todos los relatos llevan marcadas a fuego.

Cualquier cosa a 500 o a mil kilómetros del hombre más cercano, cualquier cosa a 10 grados bajo cero o frente a constantes 50 ó 100 kilómetros por hora de viento helado, siempre será algo notable. Vivir como si eso no importara demasiado, como si eso no dejara ninguna huella, es un dato extra, al final. Pero, por cierto, 'como si' no dejara ninguna huella, digo...

Vivir allí no es lo mismo que vivir en la pampa, no es igual a la tibieza o a la calidez, a la humedad razonable, y aun a la densa de mis pagos. Es verdad que el hombre parece tener un rango de condiciones vivibles, cierta temperatura, cierto paisaje. Como es verdad que las condiciones patagónicas están fuera de ese rango la mayor parte del tiempo, por una razón u otra.

Conozco historias -y siempre hay muchas más que las que conozco- de hombres y mujeres de tierra y mar de aquellos parajes, que han tomado la extraña decisión de amar un objeto que los rechaza y los maltrata duramente, la extraña decisión de insistir en su cortejo al 'ser amado' como si objetivamente fuera agradable.

Recuerdo, hace unos pocos años, haber estado parado en lo alto de un acantilado de unos 70 metros, a unos 30 kilómetros de la bahía de San Julián, frente al mar abierto. Miré el suelo sembrado de enormes cantidades de valvas y conchilas. Pregunté al local que me acompañaba cómo habían llegado allí si el mar estaba a 70 metros abajo. Imaginé tiempos prehistóricos, mares que inundaban la meseta. Pues, no.

Resultó ser que aquellas atalayas barridas por un viento de 80 kilómetros por hora y heladas, eran la delicia de los indios en invierno, y el mar era en parte su fuente de alimentos cuando invernaban allí, porque sus tierras cordilleranas se cubrían de metros de nieve y la caza se hacía imposible. Sus vacaciones de invierno... Y lo que estaba viendo eran los restos de sus estadías anuales.

De modo que esto era antes de que cualquier otro hombre llegara a aquellos lares. Pero no fue distinto cuando llegaron los europeos o los criollos. Simplemente, se sumaron a esa orgía de extremosidades, sin decir ni pío.

Tómalo o déjalo.

A veces, recorriendo aquello, veo por ejemplo la tenacidad de los sembradores de árboles. Y la escuálida correspondencia de esas mesetas, incluso de los valles junto a los ríos. Así lo vi en las tierras que ocuparon los galeses en el Chubut. Siempre pensé, viendo aquello, que, con todo, muchos de aquellos colonos venían de tierras y exigencias parecidas y que se hermanaban con el paisaje con cierta disposición genética, ancestral.

Un escocés, un galés, hasta un inglés, un danés, cualquier nórdico, no tiene que haberse espantado demasiado de soledades gélidas y ventosas, de mares inclementes. Es verdad.

Pero no solamente hay descendientes de vikingos por allí.

Una mañana, hace unos días, investigando la vida de pioneros argentinos, conocí de casualidad la historia del 'vasco de la carretilla', Guillermo Larregui, cuya imagen había visto el sábado pasado en un mural en el pueblo de Piedrabuena.

Ya diré de su historia, tal como me la contaron, pero, una vez aquí, estuve viendo algo de su fama y descubrí, por ejemplo, que -en la provincia de Buenos Aires- la casa vasca de Chacabuco, en su homenaje, lleva su nombre.

Al día siguiente, el domingo pasado, pasé buena parte del día con un malvinense afincado en Puerto Santa Cruz, la primera capital de aquella provincia, antes de Río Gallegos.

Una persona de envidiable serenidad, de notable cordialidad y calidez, nacido en las islas de antepasados escoceses e ingleses, criado en el campo, en 'aquel' campo, que no es lo mismo ('campo' allí es casi equívoco...)

Entre las muchas anécdotas que contó, estaba la de uno de sus ancestros que, unos cuantos años atrás, para llegar a su estancia tenía que cruzar en balsa un río. Llegó a la vera y la balsa estaba en la margen contraria, en la que había un puesto donde vivía el balsero y su familia. Por esos días, el balsero había bajado al pueblo y su mujer, embarazada, quedó sola en el puesto con sus otros hijos chicos.

Esperó el inglés durante bastante tiempo, viendo si la balsa venía a buscarlo, hasta que finalmente vio a la mujer que cruzaba, conduciendo la balsa.

-Disculpe, don... -dijo la mujer, que, repito, estaba sola en su casa-, perdone que lo haya hecho esperar pero estaba teniendo un hijo y no podía venir a buscarlo...