viernes, 24 de junio de 2005

Saudade

¿Lloran los taxistas?

En Buenos Aires, por ejemplo, sí.

Pero, no cualquiera...

Tiene que ser taxista portugués de 79 años, que haya venido a la Argentina cuando tenía 12, y desde los 18 haya trabajado de taxista.

Tiene que haber nacido en el Algarve portugués y alegrarse de que el pasajero sepa dónde queda, y que sepa además que el sur de Portugal da buenos vinos blancos.

Tiene que alegrarse de que el pasajero sepa lo que es el fado portugués, y de que conozca a Amalia (así, a secas, para mostrar que de veras la conoce...)

Tiene que estar casado con una hija de portugueses, que no quiere ir a Portugal porque le tiene miedo pánico a volar.

Tiene que tener un hijo y dos nietos, una de 21 y uno de 14.

Tiene que llevar en la radio-casetera una grabación de la música que baila su nieta que estudia Derecho, la que va al Club Portugués los miércoles a aprender bailes del país y a ensayar la lengua, la que sueña con viajar con su abuelo a Portugal, porque desde que se vino él jamás volvió, lástima que falta plata...

Tiene que extrañar Portugal con el alma, con los ojos, aunque se sienta 100 por 100 argentino, pero portugués, pero argentino... aunque nunca tomó la ciudadanía.

Y, para llorar, tiene que estar feliz, una mañana de viernes.

Contento de que el pasajero saboree las anécdotas, le interese la música, acepte las invitaciones a ir a comer al Club Portugués, al de Pedro Goyena o al de José C. Paz. Feliz de que una mañana de viernes pueda hacerle oír al pasajero interesado, y fanático de Portugal, la música que el sábado a la tarde va a bailar la nieta en el Club...

Tiene que estar feliz. Inundado de saudade, pero feliz.

Entonces es cuando el taxista llora. De felicidad. Y se le atragantan las palabras en la boca sin dientes y se ilumina la piel portuguesa y mira por el espejo retrovisor y lagrimea y dice:
-Es que me emociona... no puedo seguir hablando... Portugal... mi nieta...y que a usted le guste y conozca... Pero, lloro 'bien'..., no 'mal'... Portugal...