viernes, 10 de junio de 2005

H.M.S.

Hay un modo inglés de hacer las cosas. Por lo menos desde hace algunos siglos a esta parte.

Hay un modo inglés de ser imperial, cosmopolita. Cosmopolita no solamente del mundo entero. Cosmopilta del cielo y del infierno.

Alguna vez los ingleses se convencieron de que eran los ministros plenipotenciarios de la humanidad, pero virreyes también de los ángeles, y hasta de los ángeles caídos.

Árbitros de las libertades, de la libertad de hacer, de decir, de creer.

Es curioso cómo discuten en Londres hindúes y afganos, nigerianos o jaimaiquinos. Confucio, Mahoma o los sikhs, los zombies y el vudú. Pero tiene que ser en Londres. Cualquier cosa le interesa a Londres, el albergue transitorio de todas las culturas, de todas las religiones, de todos los súbditos de Su Graciosa Majestad, que deberán creer hoy por hoy que son todos los hombres, kelpers o gurkas, cipayos o natives, más o menos.

A mí me parece que un inglés es más o menos igual a los demás hombres, salvo por lo que tiene de inglés.

Por eso creo que en el subsuelo húmedo de la Isla, viven miles de ingleses. Ingleses-ingleses.

Supongo que un día -si queda tiempo- saldrán -como aquellos animales de los espejos del bestiario de Borges- y lentamente suplantarán desplazando a las figuras especulares que han tomado sus lugares.