Y se les enseña además a reproducir con gestos las palabras que dicen. Y se los premia -no importa el resultado- con un aplauso, una ovación, y besos y abrazos.
Me gusta que las primeras mímicas graciosas que se esperan de un niño, sean con versos en la boca.
Lástima que no tenga uno esa suerte a lo largo de sus días. Y haya esa tendencia tan elegante y sensata, tan mundana y tan práctica de transformar a los niños rimados y mímicos, en adultos prosaicos.
La copla liminar (y hablarán, ya sé, del narcisismo pampeano...) dice:
En el cielo, las estrellas;
en el campo, las espinas;
y en el medio de mi pecho
la República Argentina.