lunes, 23 de mayo de 2005

En donde lo que se dice es una cosa y no la otra

La materia es impenetrable, dicen. Y el interés de esta proposición es más bien moral o psicológico que físico.

En realidad, ahora que lo pienso, la culpa de estas meditaciones es de Castellani por citar a Bernanos. Porque fue eso lo que me llevó a ponerlo en el portafolios y llevármelo para leer en el tren. Lo repaso salteado -páginas sueltas- desde hace años. Las "Carmelitas" decididamente me gusta más. Una vez al año leo la obra entera de un tirón. Pero el "Diario de un cura rural" -que era lo que leía en el tren-, no; de eso, páginas sueltas. Y con cierto fastidio, entiéndase bien. No porque esté mal escrito, que en absoluto me lo parece. No porque no diga cosas conmovedoras y profundas, interesantes, útiles y sabias. Gran agudeza tiene el autor, y no es poca cosa, con un programa bastante difícil por delante como es esa vida de ese cura. No, definitivamente la novela es buena.

Es el género que le eligió el autor como ropaje. Lo epistolar, el diario. No tengo afinidad con esas formas. Y tengo por ellas poco aprecio.

No querría que se entendiera esta cuestión como una mera frivolidad esteticista, por lo menos, no excesivamente. Siempe me ha parecido que de todos los géneros literarios, o especies si quieren, los diarios y las cartas (reales o ficticios) pueden llegar a ser los menos honestos, precisamente por su apariencia de honestidad, de interioridad íntima, de intimidad genuina.

Cada vez que lo leo, siento que me lo recuerda el propio Bernanos.
No es un escrúpulo, en el sentido exacto de la palabra. No creo hacer daño a nadie anotando aquí, día por día, con una franqueza absoluta, los más humildes, los más insignificantes secretos de una vida que además no tiene misterio alguno. Lo que voy a perpetuar en el papel no enseñaría gran cosa al único amigo con quien me explayo todavía y por lo demás, sé que jamás me atrevería a escribir lo que cada mañana confío a Dios sin la menor vergüenza. No son escrúpulos, sino más bien una especie de temor irrazonado, parecido a la advertencia del instinto. Al sentarme por vez primera delante de este cuaderno de colegial, he tratado de fijar mi atención, de concentrarme como para un examen de conciencia. Pero no ha sido mi conciencia la que he avizorado con esta mirada interior, ordinariamente tan reposada, tan penetrante, que desprecia el detalle y va directamente a lo esencial. Parecía resbalar por la superficie de otra conciencia, hasta entonces desconocida para mí, por un turbio espejo que me hacía sentir el temor de ver surgir un rostro. ¿Qué rostro? ¿Acaso el mío...?

Cada cual debería hablar de sí con un rigor inflexible. Pero al primer esfuerzo para comprenderse, ¿de dónde surge esta piedad, esta ternura, este aflojamiento de todas las fibras del alma y estos deseos de echarse a llorar?
Porque al fin y al cabo diarios y cartas son un género literario, o una especie, acaso. En muchos casos son mucho más. Pero nunca menos. A veces hay una voluntad narrativa, a veces lírica, a veces dramática o ensayística. De cualquier modo, hay una voluntad de estilo, puesta a plasmar cosas del alma, cosas del alma de adentro. Pero jamás desnudas mientras sean literarias, y sí vestidas para salir. Por honestidad que hubiere, con cuidadoso descuido. Con disciplinada espontaneidad. Con sonora sinceridad.

Podría decir que esa mención de las páginas arrancadas que figura en el texto del Diario, cada tanto, es, además de un recurso, una prueba indirecta de que la traslucidez de la intimidad y la escritura, lo que de publicidad tiene la escritura (otro tanto se podría decir, aunque menos creo, de la palabra oral), son de alguna manera incompatibles.

Bernanos sabe escribir, vaya noticia; y tiene cosas bien vistas para decir. Y la novela triunfa en un propósito difícil, precisamente también porque hay un desafío a las leyes de la narrativa cuando el narrador parece que se narra -por lo menos en el formato- primeramente a sí mismo, haciendo que desdeña el gesto literario.

Por supuesto que sé que en este caso se trata de una novela. Y sé que no es un diario verdadero. Pero lo que digo lo estoy diciendo del formato, no de esta obra en particular, en cuanto a su contenido o a la destreza y acuidad del autor.

La única forma de la brutal sinceridad en literatura parece que es el silencio.

Entiendo que el propio Bernanos le hace decir al Cura, antes de morir, algo así:
...La parte de mi ser que sufrió en aquellos instantes ya no existe, ya no existirá jamás. Una parte de mi alma permanece insensible, seguirá así hasta el final.

Lamento mi debilidad ante el doctor Laville. Debería de avergonzarme de no experimentar ningún remordimiento, pues, ¿qué idea se habrá forjado de un sacerdote aquel hombre tan resuelto y tan firme? ¡No importa! Todo ha terminado ya. La especie de desconfianza que tenía de mí, de mi persona, acaba de disiparse, creo que para siempre. La lucha ha terminado. No la comprendo ya. Me he reconciliado conmigo mismo, con este despojo que soy.

Odiarse es más fácil de lo que se cree. La gracia es olvidarse. Pero si todo el orgullo muriera en nosotros, la gracia de las gracias sería apenas amarse humildemente a sí mismo, como a cualquiera de los miembros dolientes de Jesucristo.


En fin, no era esto lo que pensaba decir, pero qué remedio... La culpa es de Castellani por citar a Bernanos.

Yo quería decir otra cosa, algo sobre la disposición de la materia como una de las formas de la caridad, a propósito de los pasillos del tren...