La lluvia tiene eso. Hace que la gente vaya para adentro. Lo que es a mi, todavía me queda ese rastro, quién sabe de qué tiempo le vendrá al hombre, de andar caminando bajo la lluvia. Y si es 'esa' lluvia, ni les cuento.
Aunque nada en el tiempo dura para siempre. Y 'esa' lluvia pasó y vino la otra. Hubo que entrarse bajo techo y mirar llover a cubierto. Así las cosas: a los papeles y a los libros, un poco de música, mate y las sedentarias maneras del hombre a merced de la lluvia...
Veamos, entonces, si mientras tanto acomodamos algunos asuntos...
Llover, sigue lloviendo. Y no quiero repetirme, por más que la lluvia me guste.
Pienso, mientras, si todas estas cosas significan tanto. Si la historia significa algo tan importante. Por una parte, me inclino a decir que sí. Uno sabe por experiencia propia, y no por los libros solamente, que hay vida en la historia, no solamente recuentos. Vidas de hombres, vidas significativas, vidas hasta emblemáticas y que son -o se las entiende como- figuras. Y sabe además que, toda esa historia, no significa simplemente porque es la historia de la 'familia' a la que se pertenece. Significa porque está llena de signos. Signos graves. Huellas, trazas que son huellas y trazas de un camino.
Por lo pronto, si es así, la gravedad de los signos significa que están allí para ser advertidos. ¿Qué otro sentido tendría un signo? Y esto quiere decir que, en tanto ese camino es mi camino, debo advertirlos. Tomar nota de ellos. Tratar de entenderlos. Por lo pronto.
Pero, por otra parte, pienso si uno no podría zambullirse en el cada vez (y en general uno tiene tantas ganas...) y dejar la sucesión, el relato, el guión. El plan. Lo que le da sentido a cada vez. Y dejar que cada escena cuente sólo por sí. Sin necesidad de preocuparse por las circunstancias, o mejor: por lo que está alrededor, alrededor en el espacio y en el tiempo. Y hasta dejar cualquier preocupación por lo que haya fuera del espacio y fuera del tiempo en torno a cada vez, a cada cosa. O dejar la preocupación por lo que cada cosa lleve fuera de sí y adentro. Lo que la viste por fuera y el significado que lleva dentro.
A veces me pregunto si realmente importa saber algo más, si no basta con mirar los límites de la baldosa en la que estoy parado o el contorno de las cosas. Me pregunto si verdaderamente podrán -si alguien querría- pedirme cuentas de esa 'poética ignorancia'. O si querer saber más no es mera poesía -en el peor sentido de la palabra-; poesía dañina, corrupta ella misma y corruptora, eso de menear las cosas para ver si son algo más que lo que aparecen siendo, menear las cosas para ver si algo más significan.
Pero también me pregunto -confieso que con cierta feliz ansiedad- si cuando se vean (cuando vea, espero) las cosas 'cara a cara' y ya no 'como en un espejo', se verán también con todos sus significados, con todo lo que cada cosa significa, con todo aquello para lo que ha podido servir.
Si 'lo que es' será además 'lo que es y todas las formas en que ha sido'.
Si acaso fuera así -y creo que así será- entonces, por ejemplo, la metáfora (esa forma de significar), más que una destreza habilidosa de los poetas, se verá como lo que realmente es: más luz y no menos.
De modo que, si así resulta al final, feliz el hombre que pueda hacer metáforas, entonces. Y más feliz aún el que las entienda. Y sepa para qué sirve que entienda. Y sepa qué hacer con lo que entiende. Y quiera hacerlo. Y lo haga.