viernes, 15 de abril de 2005

La lluvia tiene eso. Hace que la gente vaya para adentro. Lo que es a mi, todavía me queda ese rastro, quién sabe de qué tiempo le vendrá al hombre, de andar caminando bajo la lluvia. Y si es 'esa' lluvia, ni les cuento.

Aunque nada en el tiempo dura para siempre. Y 'esa' lluvia pasó y vino la otra. Hubo que entrarse bajo techo y mirar llover a cubierto. Así las cosas: a los papeles y a los libros, un poco de música, mate y las sedentarias maneras del hombre a merced de la lluvia...

Veamos, entonces, si mientras tanto acomodamos algunos asuntos...
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* Un antipapa es un usurpador, esto es, alguien a quien no se le reconoce haber sido elegido canónicamente y, por lo tanto, se le atribuye proclamar un título que no tiene. La lista varía, y su número -en las distintas versiones e interpretaciones- es mayor que 36 y menor que 40, todos -o casi todos- en los primeros 1.500 años de vida de la Iglesia. Con todo, hace unos años, por ejemplo, apareció uno en España que se proclamó papa. También habría que apuntar que, para los sedevacantistas, hay una línea de usurpadores, que habitualmente hacen arrancar en Juan XXIII, aunque tiene variantes, incluso haciendo retroceder el tiempo de lo que consideran usurpación de la sede romana. Una aproximación a la historia del papado y estas cuestiones, por si alguno tiene interés.

* Días atrás pasé rápidamente por este asunto, al ejemplificar hablando sobre la Iglesia y el papado. Sobre lo dicho hace falta un detalle, es decir una mención explícita. Lo primero que hay que decir de la lista breve que allí refiero es que Conón fue papa mientras que Teodoro y Pascual fueron antipapas. Lo mismo con respecto a san Paulo I, papa, y a Constantino II y Filipo, antipapas. Igualmente papa fue en el siglo XI Pascual II, mientras que sus contemporáneos Teodorico, Alberto, Silvestre IV, fueron antipapas. Durante el reinado de Alejandro III, resulta claro que Víctor IV, Pascual III, Calixto III e Inocencio III, fueron antipapas.

* Hay que aclarar sí un amontonamiento. Los tiempos del Cisma de Occidente, en el siglo XIV, épocas de antipapas en Aviñón, son los que vieron enfrentados temporalmente a san Vicente Ferrer y santa Catalina de Siena. El santo español sostuvo al antipapa Clemente VII, en Aviñón, y después, por un tiempo, al antipapa Benedicto XIII, mientras que la santa italiana, sostuvo a Urbano VI, contra quien se había levantado Clemente, en una lucha entre italianos y franceses, secuela también del período pasado por los papas en Francia. Finalmente, san Vicente se retiró de Aviñón y trabajó, como lo había hecho santa Catalina hasta su muerte, por el fin del Cisma. Este finalizó con el Concilio de Constanza del que surgió la elección del papa Martín V, con quien, no obstante, coexistieron los antipapas Clemente VIII y Benedicto XIV. Fue bajo el reinado del sucesor de Martín V, Eugenio IV, que tuvo lugar en 1431 la muerte de santa Juana de Arco, a quien, con la aprobación del papa Calixto III, en 1456, se declaró inocente.

* En ese mismo párrafo digo que San Hipólito, antipapa, fue santo, como también lo fue Calixto el papa de ese tiempo. Si se quisiera inferir que Hipólito fue santo porque fue antipapa, no es buena consecuencia. Precisamente, lo que se entiende es que haber sido usurpador no impidió su posterior canonización.

* He oído repetidamente que al hacer referencia al próximo papa, algunos le asignan el número 112. Esto viene de la difusión de la lista atribuida al obispo irlandés San Malaquías. Lo cierto es que en las profecías que se atribuyen al obispo de Armagh, se mencionan 113 papas, a través de lemas asignados a cada uno de ellos. Las profecías hablan de 112 papas en sucesión y del que considera el último papa, Pedro Romano, que resulta así el 113. Pero la lista se inicia en Celestino II, contemporáneo de san Malaquías en el siglo XII. Lo cierto es que los papas de san Pedro a hoy suman 265 y el próximo pontífice será, de este modo, el 266.


Llover, sigue lloviendo. Y no quiero repetirme, por más que la lluvia me guste.

Pienso, mientras, si todas estas cosas significan tanto. Si la historia significa algo tan importante. Por una parte, me inclino a decir que sí. Uno sabe por experiencia propia, y no por los libros solamente, que hay vida en la historia, no solamente recuentos. Vidas de hombres, vidas significativas, vidas hasta emblemáticas y que son -o se las entiende como- figuras. Y sabe además que, toda esa historia, no significa simplemente porque es la historia de la 'familia' a la que se pertenece. Significa porque está llena de signos. Signos graves. Huellas, trazas que son huellas y trazas de un camino.

Por lo pronto, si es así, la gravedad de los signos significa que están allí para ser advertidos. ¿Qué otro sentido tendría un signo? Y esto quiere decir que, en tanto ese camino es mi camino, debo advertirlos. Tomar nota de ellos. Tratar de entenderlos. Por lo pronto.

Pero, por otra parte, pienso si uno no podría zambullirse en el cada vez (y en general uno tiene tantas ganas...) y dejar la sucesión, el relato, el guión. El plan. Lo que le da sentido a cada vez. Y dejar que cada escena cuente sólo por sí. Sin necesidad de preocuparse por las circunstancias, o mejor: por lo que está alrededor, alrededor en el espacio y en el tiempo. Y hasta dejar cualquier preocupación por lo que haya fuera del espacio y fuera del tiempo en torno a cada vez, a cada cosa. O dejar la preocupación por lo que cada cosa lleve fuera de sí y adentro. Lo que la viste por fuera y el significado que lleva dentro.

A veces me pregunto si realmente importa saber algo más, si no basta con mirar los límites de la baldosa en la que estoy parado o el contorno de las cosas. Me pregunto si verdaderamente podrán -si alguien querría- pedirme cuentas de esa 'poética ignorancia'. O si querer saber más no es mera poesía -en el peor sentido de la palabra-; poesía dañina, corrupta ella misma y corruptora, eso de menear las cosas para ver si son algo más que lo que aparecen siendo, menear las cosas para ver si algo más significan.

Pero también me pregunto -confieso que con cierta feliz ansiedad- si cuando se vean (cuando vea, espero) las cosas 'cara a cara' y ya no 'como en un espejo', se verán también con todos sus significados, con todo lo que cada cosa significa, con todo aquello para lo que ha podido servir.

Si 'lo que es' será además 'lo que es y todas las formas en que ha sido'.

Si acaso fuera así -y creo que así será- entonces, por ejemplo, la metáfora (esa forma de significar), más que una destreza habilidosa de los poetas, se verá como lo que realmente es: más luz y no menos.

De modo que, si así resulta al final, feliz el hombre que pueda hacer metáforas, entonces. Y más feliz aún el que las entienda. Y sepa para qué sirve que entienda. Y sepa qué hacer con lo que entiende. Y quiera hacerlo. Y lo haga.