sábado, 30 de abril de 2005

Ayer, viernes, a la noche, tuve que pasar por un instituto católico, por unas conferencias. Allá para el noroeste, mi rumbo.

Era lujoso, bonito. Demasiado lujoso, demasiado bonito, si es que demasiado y bonito son dos palabras que pueden ir juntas sin consecuencias graves.

Impecable, creo que es la palabra exacta. Y también la más sospechosa de todas las palabras que puedan aplicarse a cosas humanas. Y, si me apuran, a las católicas.

Recuerdo claramente que con absoluta espontaneidad me vino a la cabeza (y casi a los labios): "...no nos dejes caer en la tentación..."

El resto del día de ayer, hoy incluso, me quedé pensando que el Padrenuestro es una oración perfecta, sin duda. Es la oración perfecta, el perfecto orar.

Pero, por lo mismo, tiene todas las posible situaciones de la vida de un hombre, contenidas en esos actos explícitos de alabanza, de penitencia de pedido.

Entonces, también se puede rezar por partes. A veces lo que tenemos para decir -lo que nos es más necesario en un momento determinado- es "Padre Nuestro que estás en el Cielo"; a veces "el pan nuestro de cada día dánoslo hoy"; a veces "venga a nosotros Tu reino" o "perdónanos nuestras deudas...", y así.