martes, 8 de marzo de 2005

Volver al tren es toda una experiencia que había olvidado en estos últimos dos meses, parece mentira.

Conseguí un buen horario, con asientos, no mucha gente. Un poco de lectura, apenas unas 'cabeceadas' de siesta y con eso y suerte se hace corto el viaje de una hora.

Lo que es por mí, no hubiera dado diez centavos por el sujeto. Ciego, al parecer, los ojos muy apretados. Mal vestido, de negro, pantalones y buzo. Además del pelo y las cejas renegridos. Bajito, arrastrando los pies. Tal vez treinta años.

Un bastón que no era bastón, un pedazo de caño blanco con puntera abajo. Y una guitarra completamente destrozada, emparchada con cinta de embalar transparente, mal puesta, todo alrededor de las curvas, levantado el fondo.

Una voz grave cuando hablaba y habló poco.

Y una voz de tenor cuando empezó a cantar.

Muy suave, sin estridencia ninguna. Modulando para que los 'altos' apenas molestaran al pasaje. No sé si era oficio o simplemente buen gusto.

Pero como yo no hubiera dado ni diez centavos por él, me sorprendió.

La canción era una canción de amor, versos impecables, rica melodía, al estilo trova cubana, muy buena guitrarra (pobre, la guitarra, dando sus últimos sonidos...)

Al terminar esa maravilla, 'diez centavos' hizo -con su voz grave, levemente impostada y letánica- una glosa evangelista, protestante, de iglesia electrónica. Una glosa miserable que aplicaba los versos al amor de Jesús, al amor por el hermano. Miserable por mísera.

No que no se pudiera entender esa aplicación. Pero con entender simple amor estaba bien. Y más que bien.

'Diez centavos' salió triunfante, conmovió espontáneamente a todo el vagón. Desde donde estaba, yo podía verlos a todos. El aplauso brotó sin obligación en cuanto terminó de cantar.

Estoy seguro de que, como a mí, a casi todos les pareció que la glosa no había siquiera tocado a la canción, que seguía flotando sola y musical.

No era faltar a la virtud de religión. Era un homenaje a una obra bien hecha.

'Diez centavos' cosechó algo más que aplausos.

Me quedé pensando si creería él haber hecho un acto apostólico y que las monedas (que tintineaban en el fondo de la media botella de gaseosa), brotaban de la fe conmovida de su auditorio. No sé que pensar. Aunque algo intuitivamente me hace esperar que no sea así.