martes, 29 de marzo de 2005

Llegó un poco de frío, y está algo más fresco, más al tiempo. Pero llegó en medio de un revoltijo de agua y viento. De nubes que pasan rápido.

De alguna manera, esa liviandad, esa violencia en los cambios y en las sucesiones, crea cierta intranquilidad.

Así vistas, las cosas siguen teniendo un aire provisional, qué puedo decir. Todo parece prendido con alfileres sutiles. Cuelgan los temas y las cosas que pasan como cuelgan, en las maderas de mis bibliotecas, decenas de papeles y anotaciones sin tiempo. Cosas que parece que hay que hacer en poco tiempo más y que sin embargo envejecen a poco nacer o se pierden con la sucesión de anotaciones que las cubren.

Será cosa mía, pero no puedo dejar de ver por momentos cierta inestabilidad en las cosas de este mundo: desde las tormentas (en esta nueva versión tropical de la llanura sureña) hasta los golpes del mar y los crujidos de la tierra.

Una mirada a los asuntos de los hombres no echa mejor luz. Ni qué decir. Hay una inquietud desasosegada -así me suena, por lo menos-, y las caras parecen haber pasado de largo, por ejemplo, la Pascua, la Resurrección.

* * *

Hace mucho tiempo oí una canción por la radio. Primera y única vez en un programa extravagante, de modo que era casi imposible encontrarla. Nadie la conocía. Pasaron los años y, conversando con un elegante y simpático español -circunstancial colega de un congreso, fuera del país-, le pregunté por la catalana que cantaba aquella melodía. Por cierto que la conocía. Al poco tiempo me llegaban de España dos discos con parte de la obra de Marina Rossell. Despareja su obra y fabulosa su voz. Pero allí estaba la canción. Es del canario Pedro Guerra la letra y suya también la música.

Ha llovido

Ha llovido
bolas balas velas
risas rosas rezos
luces lazos líos
ha llovido
penas pinos panes
lunas llenas llanos
brazos tuyos míos
más tendrá que ser
más

Ha llovido
pisos pasos pesas
radios rubias rabias
sables y silbidos
ha llovido
cantos cuentas quintas
guerras garras grúas
partos y perdidos
más tendrá que ser
más

Más en estos años
tan tacaños
fueron pocos los peldaños
más tendrá que ser
en estos tiempos
tan violentos
fueron pocos los momentos
más tendrá que ser

Ha llovido
frutas fresas frases
rayos rollos rancios
dados y destinos
ha llovido
camas lanas cunas
setas sotas botas
pero poco ha sido
más tendrá que ser
más

Y estos días que corren me hicieron acordar a la canción de Guerra. Porque, por alguna consonancia que viene de vaya a saber uno dónde-, se parece mucho el mundo que veo alrededor a esos versos. Así pinta la historia en estos días.


* * *

Felizmente, la historia, esa historia, no es todo. Y no todo es historia (así vista), como diría Camus: Miseria y sol.

Pero me preguntaba en estos días, entre otras cosas, si acaso -pasando el tiempo- las Navidades y las Pascuas no habrán de parecerse cada vez más a la primera Navidad y a la primera Pascua (*). Y si el mundo alrededor de las próximas, no habrá de parecerse cada vez más al mundo alrededor de las primeras. Y los hombres coetáneos de las que vayan pasando, no habremos de parecernos cada vez más a aquellos.

Y nuestra ignorancia (en el doble sentido de la palabra) no se hará aquella.

Resurrexit sicut dixit.

Surrexit Dominus, vere.

¿Qué más podríamos querer si ya tuviéramos todo, si ya tuviéramos lo mayor de todo, si ya eso no pudiera sernos arrebatado?



(*) La Primera, sí. El modelo de todas las Pascuas, el arquetipo, aquella Pascua por la cual son todas.

sábado, 26 de marzo de 2005

El sábado santo -ya que estamos hablando de 'cultura'- resulta que resulta el momento adecuado y oportuno para reivindicar a Judas. Así le parece a Clarín, al menos.

El tema -además de complicaciones y matices sin fin- tiene su antigüedad, no vayan a creer.

Las reivindicaciones de Judas, como las de Satanás, por ejemplo, no son una novedad.

No descarto que sea una convicción en algunos, aunque me parece una convicción torcida. A veces, creo, es simple falta de fe o defecto en la enseñanza de la fe. A veces es mala teología, simplemente (ni más ni menos), incluyendo mala filosofía. A veces es flojera espiritual, debilidad psicológica. Incapacidad para entender.

A veces, necesidad de que Dios no sea justo de ningún modo. Necesidad de que su misericordia no tenga nada de justa, nada de paradojal (a nuestros ojos opacos).

Pero hay de todo. Tal vez el tema excede la cuestión sentimental de que Dios es bueno y no quiere ni permite que se condenen ni Satanás ni Judas. Porque si lo hiciera, Dios no sería Amor, sino un repulsivo ser represivo. Y Dios es Amor...

Un verdadero matete de afectos desordenados, conceptos románticos (en el peor sentido de la palabra), teología de bar lácteo (que dijera Anzoátegui) y confusiones varias, hasta confusiones de 'buena voluntad'.

También están los misterios. Difíciles para la mente humana, solamente humana. Todo esto es locura y escándalo, tomado sin más. Pero más difícil puede resultar para una mente racionalista o idealista, difícil para un corazón caprichoso que necesita y quiere un Dios (un dios) a su imagen y semejanza.

Los misterios son la clave de esta cuestión. Tanto el misterio del mal, como el misterio de la 'elección de Israel'.

Es curioso, hasta cierto punto, que en torno a la 'elección de Israel' se junte tanta pasión. Dentro de y fuera de Israel, del Israel de Dios.

Y a propósito de Pasión, algo sobre esto ya había apuntado, cuando todavía no había visto la película de Gibson.

Una confirmación indirecta de la necesidad que hay de negar la misión mesiánica de Jesucristo es la propia exposición teológica que los judíos suelen hacer. No se trata sólo de lo que haya para decir acerca de la revelación y la secuente tradición que asocia al propio pueblo de Israel con el mesianismo -lo que los cristianos admitimos-, sino cuando se asocia a Israel con el Mesías mismo. Israel es el Mesías. El Cordero inmolado es Israel.

Así lo piensan, por ejemplo, cuando interpretan el capítulo 53 de Isaías como referido al propio Israel, y no a Jesús, como siervo doliente.

Otro ejemplo de esto es lo que puede verse en el caso de la expresión 'holocausto'. El término es griego y significa simplemente 'completamente quemado', refiriéndose a la víctima animal sacrificada a los dioses entre los griegos, algunas de las cuales eran comidas en parte y en parte quemadas, mientras otras eran 'completamente quemadas' una vez sacrificadas.

Una expresión que en hebreo suena de modo parecido (aw-law; ow-lah; olah) figura, por ejemplo en el Antiguo Testamento, en el Génesis (en el episodio de Abraham e Isaac), así como aparece mencionada en el Levítico, en el libro de los Números o en el segundo libro de Samuel o en los libros primero y segundo de las Crónicas, y en todos los casos siempre referida a la ofrenda de animales, especialmente de carneros o corderos -preferentemente puros-, en el altar de los sacrificios, como ofrenda a Dios para el perdón de los pecados de Israel.

El término es el que parece haber inspirado (por homofonía o reminiscencia) a quienes en las décadas de 1950 y 1960, comenzaron a popularizar esta expresión 'holocausto' como sinónimo de shoah.

En esa asociación, pues, la víctima, el cordero sacrificado, es el propio pueblo judío.

Sin embargo, entre las últimas cosas dichas al respecto, ya en relación específica entre Judas y el judaísmo, tal vez el capítulo final de Pasión intacta, una obra del cultísimo e inteligente George Steiner, sea un ejemplo algo espeluznante para un cristiano.

Con bastante furia teológica, sin que los suyos sean necesariamente los argumentos de un creyente, asocia allí Steiner lo que llama (junto a otra legión) el antisemitismo cristiano, no con la Iglesia y con la historia, sino con el propio Jesús: Judas es el pueblo judío, echado por el propio Jesús a la noche de la historia que tendría su punto culminante en la shoah, en las cámaras de gas.

Según Steiner, esto hizo Jesús cuando escenificó la expulsión, haciendo participar primero a Judas de la Última Cena, en "...el horror no resuelto de lo que algunos comentaristas han tenido la honradez de llamar 'un sacramento satánico'..."

Y agrega: "De todos los nombres de los discípulos de Jesús, sólo Judas es específicamente judío..."

Sucede entonces que Judas fue echado a
"...una noche de aislamiento y maldición de la que el pueblo judío no escaparía más. Éste es el instante crucial (en ese contexto, un término abrumador y ominoso) en que echa raíces el odio a los judíos que mora en lo más hondo del corazón del cristianismo. No sabemos nada de los motivos de Jesús para destinar a Judas a una eterna maldición. El Dios de Abraham y Moisés había elegido a los judíos como seguidores, y ahora los elige por medio de Judas, en una contraelección que hace de la exclusión un sacramento para la humillación y el castigo. Lo que aúlla la muchedumbre cristiana en las masacres de la Edad Meedia, en los progromos, es el nombre de Judas, el cargo de traición venal y deicidio. Lo que anuncia y traduce la milenaria y sangrienta calumnia sobre los judíos son los supuestos rasgos del hijo de Iscariote, su pelo rojo, su nariz 'judia', su barba partida. 'Judas tenía la bolsa' (de las monedas). Y por eso no sólo son esas treinta monedas de plata, sino la demoníaca ambigüedad del dinero mismo, lo que se les pega a los judíos como la lepra. Alcibíades (de la última cena con Sócrates) sale tambaleándose a la noche ateniense y se dirige al subsecuente y frívolo desastre. Pero un desastre personal y político. Judas sale a una eterna noche de culpa colectiva. Decir que su salida abre la puerta a la shoah no es más que la sobria verdad. La 'solución final' que propuso y llevó a cabo el nacionalsocialismo en este siglo XX es la conclusión perfectamente lógica y axiomática de la identificación de los judíos con Judas. ¿Cómo si no iba el cristianismo occidental, que nunca ha repudiado adecuadamente el terrible odio a los judíos que se halla en parte de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, a ocuparse de una tribu como la de Iscariote, satánica, arquetípicamente traidora, usurera? Esa oscurida máxima, esa noche dentro de la noche a la que Jesús envía a Judas después de ordenarle que 'actúe de prisa', es ya la de las cámaras de gas. ¿Quién ha traicionado a quién exactamente?"

(Dos cenas en: George Steiner, Pasión intacta, Ed. Siruela, Madrid, 1997)

Por impresionante que resulte el pasaje, estoy seguro de que no vamos a resolver ahora la cuestión.

Por lo pronto, siempre se podrá recurrir a la historia para ver si los cristianos hemos entendido rectamente el sentido del misterio judío en la historia, tanto en la historia vista sólo por los hombres, como en la historia según Dios la ve.

Porque, claro, está el misterio de por medio, además. Y los misterios, se contemplan y se rezan, en primer lugar. Y si acaso, se revelan o se cumplen y allí un poco más se entienden. Si hay fe que los reciba para verlos o entenderlos.

Con todo, en materia de revelaciones, algunas hay a propósito de esta cuestión que disuenan con estas reivindicaciones de Judas.

Por ejemplo, en el capítulo II de las visiones sobre la Pasión, Ana Catalina Emmerich se refiere a Judas.

ver


"No creía Judas que su traición tendría el resultado que tuvo; el dinero sólo preocupaba su espíritu, y desde mucho tiempo antes se había puesto en relación con algunos fariseos y algunos saduceos astutos, que le excitaban a la traición halagándole. Estaba cansado de la vida errante y penosa de los Apóstoles. En los últimos meses no había cesado de robar las limosnas de que era depositario, y su avaricia, excitada por la liberalidad de Magdalena cuando derramó los perfumes sobre Jesús, lo llevó al último de sus crímenes. Había esperado siempre en un reino temporal de Jesús, y en él un empleo brillante y lucrativo. Se acercaba más y más cada día a sus agentes, que le acariciaban y le decían de un modo positivo que en todo caso pronto acabarían con Jesús.

Se cebó cada vez más en estos pensamientos criminales, y en los últimos días había multiplicado sus viajes para decidir a los príncipes de los sacerdotes a obrar. Estos no querían todavía comenzar, y lo trataron con desprecio. Decían que faltaba poco tiempo antes de la fiesta, y que esto causaría desorden y tumulto. El Sanhedrín sólo prestó alguna atención a las proposiciones de Judas.

Después de la recepción sacrílega del Sacramento, Satanás se apoderó de él, y salió a concluir su crimen. Buscó primero a los negociadores que le habían lisonjeado hasta entonces, y que le acogieron con fingida amistad. Vinieron después otros, entre los cuales estaban Caifás y Anás; este último le habló en tono altanero y burlesco. Andaban irresolutos, y no estaban seguros del éxito, porque no se fiaban de Judas.

Vi el imperio infernal dividido: Satanás quería el crimen de los judíos, y deseaba la muerte de Jesús, el Convertidor, el Santo Doctor, el Justo que él detestaba; pero sentía también cierto temor interior de la muerte de est inocente víctima que no quería huir de sus perseguidores. Le vi por un lado excitando el odio y el furor de los enemigos de Jesucristo, y por otro insinuar a alguno de entre ellos que Judas era un malvado, un miserable; que no podía celebrar el juicio antes de la fiesta, ni reunir testigos contra Jesús.

Cada uno presentaba una opinión diferente, y antes de todo preguntaron a Judas: "¿Podremos tomarlo? ¿No tiene hombres armados con Él?". Y el traidor respondió: "No; está solo con sus once discípulos: Él está abatido, y los once son hombres cobardes". Les dijo que era menester tomar a Jesús ahora o nunca, que otra vez no podría entregarlo, que no volvería más a su lado, que hacía algunos días que los otros discípulos de Jesús comenzaban a sospechar de él. Les dijo también que si ahora no tomaban a Jesús, se escaparía, y volvería con un ejército de sus partidarios para ser proclamado rey.

Estas amenazas de Judas produjeron su efecto. Fueron de su modo de pensar, y recibió el precio de su traición: las treinta monedas. Estas monedas eran oblongas, agujereadas por un lado, y enhebradas formando cadena; tenían también cierta efigie.

Judas, resentido del desprecio que le mostraban, se dejó llevar por su orgullo hasta devolverles el dinero hasta que lo ofrecieran en el templo, a fin de parecer a sus ojos como un hombre justo y desinteresado. Pero no quisieron, porque era el precio de la sangre que no podía ofrecerse en el templo. Judas vio cuánto le despreciaban, y concibió un profundo resentimiento. No esperaba recoger los frutos amargos de su traición antes de acabarla; pero se había entremetido tanto con esos hombres, que estaba entregado a sus manos, y no podía librarse de ellos. Observábanle de cerca, y no le dejaban salir hasta que explicó la marcha que habían de seguir para tomar a Jesús.

Cuando todo estuvo preparado, y reunido el suficiente número de soldados, Judas corrió al Cenáculo, acompañado de un servidor de los fariseos para avisarles si estaba allí todavía. Judas volvió diciendo que Jesús no estaba en el Cenáculo, pero que debía estar ciertamente en el monte de los Olivos, en el sitio donde tenía costumbre de orar. Pidió que enviaran con él una pequeña partida de soldados, por miedo de que los discípulos, que estaban alertas, no se alarmasen y excitasen una sedición. El traidor les dijo también tuviesen cuidado de no dejarlo escapar, porque con medios misteriosos se había desaparecido muchas veces en el monte, volviéndose invisible a los que le acompañaban. Les aconsejó que lo atasen con una cadena, y que usaran ciertos medios mágicos para impedir que la rompiera. Los judíos recibieron estos avisos con desprecio, y le dijeron: "Si lo llegamos a tomar, no se escapará". Judas tomó sus medidas con los que lo debían acompañar, y besar y saludar a Jesús como amigo y discípulo; entonces los soldados se presentarían y tomarían a Jesús.

Deseaba que creyeran que se hallaba allí por casualidad; y cuando ellos se presentaran, él huiría como los otros discípulos, y no volverían a oír hablar de él. Pensaba también que habría algún tumulto; que los Apóstoles se defenderían, y que Jesús desaparecería, como hacía con frecuencia. Este pensamiento le venía cuando se sentía mortificado por el desprecio de los enemigos de Jesús; pero no se arrepentía, porque se había entregado enteramente a Satanás. Los soldados tenían orden de vigilar a Judas y de no dejarlo hasta que tomaran a Jesús, porque había recibido su recompensa y temían que escapase con el dinero. La tropa escogida para acompañar a Judas se componía de veinte soldados de la guardia del templo y de los que estaban a las órdenes de Anás y de Caifás. Judas marchó con los veinte soldados; pero fue seguido a cierta distancia de cuatro alguaciles de la última clase, que llevaban cordeles y cadenas; detrás de éstos venían seis agentes con los cuales había tratado Judas desde el principio. Eran un sacerdote, confidente de Anás, un afiliado de Caifás, dos fariseos y dos saduceos, que eran también herodianos.

Estos hombres eran aduladores de Anás y de Caifás; le servían de espías, y Jesús no tenía mayores enemigos. Los soldados estuvieron acordes con Judas hasta llegar al sitio donde el camino separa el jardín de los Olivos del de Getsemaní; al llegar allí, no quisieron dejarlo ir solo delante, y lo trataron dura e insolentemente.

(A. C. Emmerich, La Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, fragmento del capítulo II.)

viernes, 25 de marzo de 2005

Mire y aprenda: así se hace 'cultura'.

Hay otros modos, es verdad. Uno, por ejemplo, puede pararse sobre un cajoncito de frutas y, haciendo equilibrio, pregonar un discurso laicista, algo bien ácido, crítico, irónico, mordaz, iconoclasta, jacobino. Total, materia para desgranar dos mil años de toda clase de cosas, no va a faltar.

Pero eso no sé si no es demasiado obvio. Y creo que sí.

Decía un conductor jovencito y progresista el otro día en un programa de radio: "No estoy de acuerdo con las declaraciones de Hebe de Bonafini diciendo que el Papa se va a quemar en el infierno... Porque eso quiere decir que Bonafini cree en el infierno..."

Por eso. Lo que es cultura, creo que se hace de otro modo. Cultura es otra cosa. Destila más lentamente. Impregna de otro modo. Tiene que llegar -como el aceite- al centro de una piedra y eso lleva su tiempo. Si uno quiere un cambio cultural, necesita millones de pequeños gestos, pequeñas palabras. Se va poblando el mundo de imágenes nuevas. No es que no haya que hacerlo todo. Pero la aproximación indirecta tiene una cierta eficacia.

Sobre todo porque es el modo de hacer normal, natural, espontáneo, habitual lo que de otro modo sería envarado y forzado, con aire a militancia, como imperativo extrínseco. Tiene que ser algo 'como quien no quiere la cosa...'

Tiene que ser algo que uno se haya convencido de que es lo que corresponde, que está bien, que no tiene objeción alguna.

Gramsci (y hasta el viejo Lenin o Mao, por nombrar algunos más recientes y perspicaces) le daría la razón a nuestro joven conductor: hay que tener cuidado con las palabras y las imágenes que se usan. Hasta que no se substituyan las 'indebidas', a la gente le será más fácil creer. En Dios, por ejemplo. Esto no quiere decir que vayan a creer. Quiere decir que si aceptan creer, el paisaje los ayudará un poco si les es homogéneo. Ya decía el italiano algo así como: 'mientras siga habiendo gramática, la gente seguirá creyendo en Dios'.

Somos animales simbólicos, después de todo. Las cosas que vemos y oímos, algo más nos dicen, además de lo que vemos u oímos.

Hoy es viernes. Viernes Santo para más datos. Ayuno. Abstinencia.

Es decir, quién sabe si no es buen día para hablar de un buen asado. Especialmente para evitar el cajoncito de frutas (y usarlo para hacer el fuego, en todo caso).

Y especialmente un buen día para hacer 'cultura'...

martes, 22 de marzo de 2005

Para nada es obligatorio. Pero si uno tiene tiempo y ganas, puede hacer, uno de estos días, tal vez más adelante, el ejercicio de leer un manifiesto, editorial o algo así.

Hay que buscar el renombrado 'pirulo de tapa', que en su buena época tenía hasta su cierto sentido del humor. Aunque la creatividad, como la juventud maravillosa, no es para siempre...

La materia de argumentación no es novedosa, y la forma de argumentar, menos. Todo lo contrario. Y que el firmante de una nota en un diario se llame así tampoco es decisivo, aunque resulte hasta casi irónico.

El ejercicio consiste en todo caso en ver cómo es una mirada ideológica -de izquierda, en esta oportunidad- cuando necesita que todos los muñequitos estén en línea. Y si fuera que no están en línea, ponerlos en línea, hasta que se forme la línea, porque lo que importa es la línea.

Es algo que se puede hacer con las ideas y también con la palabras, sin duda. A veces, hasta se puede hacer con las cosas. Claro que ideas, palabras y cosas sufren cuando se las trata así.

Pero bien vale esa pena, se dirá el ideológico, si los muñequitos quedan en línea...

Cuidado, amigos. No vayan a complacerse algunos pensando que la izquierda tiene el monopolio.

lunes, 21 de marzo de 2005

Releía hoy las visiones de Ana Catalina Emmerich.

En el capítulo VIII de "La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo", Jesús está ante Caifás.

Verdaderamente impresiona y da miedo. En esta parte del relato de lo que Ana Catalina ve, la descripción del carácter de Anás, de Caifás, de los sacerdotes y escribas, de los testigos falsos, es espantosa. Los demonios sueltos, Caifás parado sobre el infierno al momento de condenarlo porque afirmó ser el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios; la furia, la burla, la tortura, la humillación.

Aun si Jesús no hubiera sido Dios y todo eso no fuera parte de nuestra Redención y cada uno de esos horrores no fueran -como son- una consecuencia de nuestros propios pecados, habría parecido demasiado y excesivo.

Lo que ve la monja alemana es espeluznante. Gibson, me parece, no llegó a tanto.

En ese capítulo VIII, una tropa desmañada de testigos falsos consigue poner furioso al propio Caifás, de tan infames, desordenados, contradictorios. Se impacienta con las estupideces que dicen. Hasta él se da cuenta de que las mentiras son de pésima calidad y que no sirven para lo que se propone, que es condenar a Jesús.

Pero en esta Semana Santa va a dominar mi ánimo una mención al pasar.

Entre los testigos que pagaron u obligaron o que se prestaron de buen grado para declarar contra Él, hay uno.
Algunos decían que los había curado, pero que habían vuelto a caer enfermos; que sus curas eran sortilegios. Había muchas acusaciones y testimonios sobre el sortilegio. Los fariseos de Séforis, con los cuales había disputado una vez sobre el divorcio, le acusaban de falsa doctrina: y un joven de Nazareth, que no había querido admitir por discípulo, tenía la bajeza de atestiguar contra Él.
Si no tuviera otra cosa que rezar y pedir en estos días, pediría no ser ese joven.

No que uno no merezca ser ese joven.

Pero pienso que habitualmente nos preocupa más saber si Jesús nos llama, nos preocupa estar atentos y responder, y velar. Y no dejarlo pasar de largo.

Estamos acostumbrados a mirar las llamadas y bendiciones de Jesús. Mira uno la "vocación" de los apóstoles y discípulos y se piensa que no tiene que pasarnos que, llamándonos, se niegue uno, se demore, se ate a sus amores, a las riquezas, a sus muertos, por más paciencia que Él tenga, por más paciencia de amante dispuesto a humillarse y a buscar y a esperar que Él tenga. No quiere uno que le pase ser desatento. Y a pesar de todo nos pasa ser desatentos (en los dos sentidos).

Pero esto tiene un sabor diferente. Porque, según lo que se lee en Ana Catalina (así, como al pasar), visto que Él puede no querer admitir -y que Él no quiso admitir a uno-, no querría yo ser ese joven de Nazareth, sea lo que fuere que signifique que Él no había querido admitirlo por discípulo.

domingo, 20 de marzo de 2005

Según parece, el asunto de la pelea entre el gobierno argentino y el Vaticano (*), es un asunto importante.

Y es el caso que, así dicho, a mí me parece más o menos importante.

Porque este asunto no es el principio de nada. Acaso el final, y más seguro es una estación intermedia.

Ni que decir que hablar de esto como si fuera una quiebra de la religiosidad en la Argentina, es una pomposa enormidad. Ni ataque a la Iglesia, ni brote de comecurismo. Hablar de persecución y de ataque a la libertad religiosa hasta cierto punto me parece una hipocresía.

Será que si no se ve un poco de sangre no se pueda hablar de herida. En todo caso, si Baseotto no hubiera dicho nada, igual las cosas serían lo que son. Y si llegaran a producirse consecuencias serias a propósito de estas cuestiones, esas consecuencias no serán las consecuencias de que Baseotto haya abierto la boca. Si hay persecución, ya había; si hay ataque, ya había; si hay quiebre, ya había.

La clave de la cuestión, creo, está en ver qué se supone que se defiende cuando se defiende a Baseotto y qué se supone que se ataca cuando se ataca a Baseotto.

Que Baseotto haya dicho algo es una anécdota, al fin de cuentas, por más que sea una anécdota ruidosa.

No me hace mayor diferencia. Salvo que uno tuviera como propia la agenda de los medios, o del gobierno asociado a los medios.

Que Baseotto sea la ocasión, vaya y pase. Seguro que Baseotto no es lo central del tema.

Que en ocasión del episodio se discuta lo esencial, podría llegar a pasar. Pero, francamente, no lo creo. Y, si me preguntaran, diría que prefiero pensar que el propio Baseotto piensa así y que no pretende que se hable tanto de él y ni siquiera de lo que dijo, sino de lo que supone lo que dijo y de las razones por las cuales lo dijo.

Lo mejor sería que no pasara que no hubiera preocupación alguna por lo que está detrás de la pelea, y que no pasara que la única preocupación resultara que hubiera pelea. Y lo que está detrás no es ni el preservativo ni el aborto. Ni el petróleo de Venezuela ni la Esma, ni las próximas elecciones ni la frivolidad de la búsqueda de fortaleza política, ni cualquiera otra noticia.

A como lo veo, creo que todo tiende a diluirse mediáticamente en una pulseada (diluir no significa menos espacio y ruido, acaso más). Pero se volverá una pulseada de poder contra poder. A ver quién gana este asalto.

Podrá pasar que se elijan los campos de batalla, las estrategias y las tácticas. Hasta la oportunidad y el momento en que convenga guerrear por esto y aquello.

No podrá pasar que se escatimen las razones de fondo. No podrá pasar que no se sepa exactamente de qué se está hablando cuando se habla del caso Baseotto.

Porque si pasara eso, estaríamos leyendo y comentando los diarios, las noticias. Poniendo cara y voz de preocupación, hasta casi diría que nada más que porque estas cosas aparecen en la primera plana de los diarios. No mucho más.

(*) Sí, el Vaticano, es decir Roma, la Roma religiosa y la política. Porque no estoy para nada seguro de que las autoridades eclesiásticas argentinas -así, corporativamente entendidas- sean realmente parte convencida de esta batalla. Que vayan a verse obligadas, podrá ser. Pero no lo sé. Y creo que no lo quieren, si les dieran a elegir.

sábado, 19 de marzo de 2005

No del mejor humor, arranqué para el asado.

Mediodía de vientecito suave, más o menos sol, más o menos nubes.

Pero el compromiso era de hierro y faltar era pecado grave.

Juan, el que sabe hacer los asados, puntano de San Luis en el límite con Villa Dolores, moreno, socarrón, tranquilo, callado, el dueño de casa, cumplía años. Y su inquilino, el inefable vendedor de libros en el tren, me venía invitando desde que llegué de viaje. Y fui. Tenía que.

Me hicieron contar cosas de afuera, pero también se fueron cruzando las anécdotas de otros en la mesa, de tal modo que, al terminar una muy graciosa de una mula loca en el servicio militar del hijo de mi amigo el vendedor de libros en el tren, le di con el final patriótico del cuento entrada a la guitarra de otro de los comensales, Mariano. Haciendo de maestro de ceremonias, claro...

Cantó unas cuantas. Entre ellas, esta linda zamba (desconocida para mí), con letra de Manuel Castilla y música del Cuchi Leguizamón, flor de la nata salteña en músicas y versos:

Juan panadero

Qué lindo que yo me acuerde
de don Juan Riera cantando
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando.

Panadero don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba esa flor del trigo
como quien entrega el alma.

Cómo le iban a robar
ni queriendo a don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.

Por la amistad en el vino
sin voz querendón cantaba
y a su canción como al pan
lo iban salando sus lágrimas.

A veces hacía jugando
un pan de palomas blancas
y harina su corazón
al cielo se le volaba.
Y resultó que mi amigo, salteñísimo él, había conocido al Juan Riera de la zamba y a sus hijos, alguno panadero como él. Y de pronto la canción se volvió otra. No sé si la letra es de lo mejor que le conozco al autor, y creo que no. Aunque la zamba cantada es muy bonita. Pero el agregado 'existencial' la hizo mágica.

Me quedé mirando al hombrecito 'chaparro', moreno, envejecido. La zamba y él se habían vuelto la misma cosa y la zamba ya no era zamba.

Toda la Argentina estaba ahí, en la mesa chica y sencilla de la tarde casi otoñal, mantelito rojo.

La zamba ya no era la zamba y él ya no era el vendedor de libros. Hacía de 'cicerone' tierra adentro, hacía de 'virgilio' salteño diciéndonos quién era quién en ese infierno, purgatorio y cielo cotidiano, nos guiaba por la letra de la zamba y nos contaba más que lo que la zamba decía. Y de otras cosas habló y -salteñísimo él, por supuesto- recitó sus versos propios, que le dedicó a mi mujer, por su primera vez en esa mesa.

Toda la Argentina estaba allí, soterrada, asordinada. Ni por un momento la Argentina de los diarios y de las noticias. La Argentina a secas.

Un panadero hecho zamba, explicado por un vendedor de libros en los trenes.

Buena faena.
Y creerán que es que uno les tiene bronca a los celulares. Y no es eso.

Es lo simbólico. Lo que se ve detrás de lo que se ve.

Tarde de viernes. El día final de la semana de fatigas. Mucha cerveza se ve en la calle. Tal vez el sobrante del 17...

Llego tarde a la estación, ya es oscuro. Hay mala luz en Retiro, poca. Las gentes van como sombras. El aire cambió y por hoy no hace ese calor de marzo (todavía no se fue marzo y va a volver), corre viento.

Cansinamente busco un poco de luz en alguno de estos vagones de Bangladesh. Tengo unos bizcochitos de grasa (alguna vez tengo que hablar de la panadera) y la segunda parte del Quijote. Y tengo una hora para leer y 15 minutos para comer. Cargo con mis ropas como si fuera un príncipe en el exilio. Para mimetizarme, para hacerme invisible, debería vestir de otro modo. Una corbata, nada más, se vuelve un accesorio tan exótico...

Encuentro un asiento de lata, de esos azules que llaman antidestrozos, antidepredadores, antiestéticos, antihumanos.

Son de un ascetismo menos que monacal. El respaldo llega a la mitad de la espalda, no sé a la altura de qué vertebra, que sufre cuando uno se recuesta. Un modo de decir, además, porque están a 90º (tal vez a 95º). En invierno, se congela la chapa y le agrega a la penitencia un regusto a desierto frío que hace variada la experiencia. No hay que desdeñar el espacio para las piernas, ocasión de mortificación más refinada. Son fijos además, de modo que alguna vez, si uno va, va de espaldas, caminando para atrás.

Alguien probó este diseño con un muñeco. Y se ve que el muñeco no se quejó. Y a alguien le pareció que estaba bien así.

El hombre común, la mujer común, se sientan allí, viajan allí dormidos a las 5, a las 6 de la mañana y vuelven a las 9, a las 10 de la noche. Y veo que muchos ríen y me parecen santos.

Y, para colmo, no tienen un blog.

En los extremos de las filas, suele haber espacios vacíos y allí viajan gentes paradas, a veces sentadas en el piso (claro, la mayoría no lleva corbata...) Busco esos lugares, porque se puede estirar un poco las piernas, si nadie se sienta en el piso, claro.

Frente a mí, allí, parados, viajan cinco personas. Y cinco celulares. Son gente joven. Tres mujeres y dos varones. Dos chicas por un lado y los otros tres por otro.

Durante toda una hora, suenan musiquitas metálicas, robóticas. Mensajitos. Luces frías azulinas, cálidas ambarinas, de pantallitas y tecladitos.

La conversación, durante toda una hora, es sobre celulares, prestaciones y trampas, chips y tarjetas. Habría sido gracioso si no hubiera sido triste. Nunca se me figuró que toda una hora pudiera hablarse de modelos y precios, de sonidos y mensajes. Y en todo ese tiempo nunca soltaron de sus manos los rectangulitos a botonera. Y en todo ese tiempo, mientras de ellos hablaban, los sobaban y pulsaban. Y no mucho hablar por ellos, que eran pobres sus dueños y faltos de créditos y líneas (esto, por supuesto...) Había una sensualidad extraña. Una penosa complacencia en tenerlos, aunque se los pudiera usar muy poco. Y paracía que hablar de ellos reemplazaba el hablar por ellos. Y me pareció que era una conversación amorosa, además. Como si dijera que tenía algo de erótico. Tal vez aquello de Dolina de que todo lo que un hombre hace y dice 'es para levantarse una mina'.

El coro, entretanto, sigue la melodía principal. Desde otros rincones de Blangadesh suenan, como tambores de guerra a la distancia, en medio de la floresta de gentes, otros soniditos, cumbias y Beethoven, musiquitas de ascensores, fragmentos de trivialidades. Y conversaciones breves, mensajes de circunstancias, pequeños negocios, gritos impúdicos, susurros amorosos, avisos de viaje y de arribos ('estoy en el tren, ya llego...'), tonteras, acuerdos, salidas nocturnas....

Mientras, algo más allá, en el pasillo oscuro, unos obreros jóvenes blanden una Budweiser y una Schneider de litro, y repasan la semana de trabajos y la mezclan con las expectativas de fin de semana. No creo que lleguen a disfrutar despiertos la noche. Sin celulares, con cerveza.

'Boludo' y 'boluda' son, ya se sabe, los nombres y apellidos de estos días. No hace falta más título ni alcurnia.

Sobre mis rodillas, apenas sostenidos entre mis manos, Alonso Quijano el Bueno y Sancho Panza, el ama y la sobrina, el insoportable Sansón Carrasco, desgranan sus diálogos en medio de la chapa azul e inclemente, en ángulo de 90º y a 4,5º de graduación alcohólica, susurrando sus razones entre 'tonos' y 'boludas'.

Cide Hamete compite empecinado con el guionista que ha escrito la vida común del hombre común que tengo enfrente.

Siento la fuerte tentación de pensar que cualquiera de los esperpentos de la novela, por locos e irreales que parezcan, tienen más cosas que decirme que esta caterva de parias acelularados. Pero enseguida se me pasa: por esperpénticos que sean estos insípidos trashumantes robotizados, son reales.

Cabalgan Quijote y Sancho, rocín y rucio cansados, entrando al Toboso en medio de la noche, buscando a una Dulcinea que no es. Y que es. Y cabalgo en lata también yo, con ellos, metiéndome en la noche hacia mi Toboso, el viernes, al final del día.

Levanto la vista y veo nada más que Aldonzas Lorenzos y Sanchos sin Quijote, y ninguna sensata Teresa Panza y varios insufribles Sansones, bachileres salmantinos o no. Y Maritornes y curas y barberos y cabreros y galeotes.

Todos llevan sus celulares.

Aunque, secretamente, sin que ninguno de todos ellos siquiera lo imagine, allí está él en medio de todos, dolido y perplejo, benevolente y triste.

Allí va Quijote que los lleva a todos ellos, que para eso es quien es. Y los lleva Sancho, todavía más, que los conoce y los ama.

Y ahora veo que, junto con todos los demás, me llevan también a mi.

jueves, 17 de marzo de 2005

La polis -la de acá- (1)

El que se zambulla con la íntima expectativa de un poco de política, se tiene que decepcionar. Apenas si estoy leyendo diarios atrasados de los últimos tiempos. Y desordenadamente, para peor.

Es muy probable que esté equivocado. Pero, por momentos, me parece que todo está en orden. Quiero decir, cada cosa se me aparece teniendo el aspecto de lo que es. No digo que esté bien como está, ni como aparece. Digo que, si lo miro con un poco de atención, el mundo tiene cierto guión bastante consistente. Que no guste, es otro costal y otra harina.

Tiene que ser impresión mía, seguramente. Y también está el hecho de que no estoy del todo acomodado, todavía.

Ahora bien, en grandes líneas, lo que se ve está dominado por dos o tres asuntos, con todo lo que tienen de simbólico, además.

Por ejemplo, se ven los asuntos de estado. Y lo que parece verse es un gobierno que ocupa casi todo el espacio que hay para ocupar. Creo que porque nadie más está en condiciones. Apenas si la Iglesia (sea lo que fuere lo que esa palabra quiere decir hoy por hoy), dice algo diferente, con algún peso. Y eso a veces. Y eso algunos. Y no siempre bien. Y a veces vaya uno a saber por qué. El resto de las voces posibles, y por cierto que las de algunos católicos -con púrpura o sin púrpura-, en general se oyen como grillos o cigarras.

Lo que me suena es que el gobierno tiene aspecto de estar mintiendo en lo que grita y diciendo la verdad en lo que apenas dice. Y de este modo se me vuelve el abanderado del mundo tal como parece que va a ser en los próximos tiempos. Abanderado en el finimondo, claro, pero, es lo que tengo a mano, qué puedo hacer...

Este gobierno, por ejemplo, hace gestos ampulosos, progresistas, agresivos. Muestra los dientes, pega golpes en la mesa, llega tarde a las citas, displicente, feroz, juvenil. Pero lo que es pagar, paga. Llena el pizarrón de fórmulas, de slogans y de discursos provocadores. Pero pagar, al final paga. Si yo fuera supongamos el FMI, o cualquier otro de esos, estaría feliz de la vida. Le seguiría el juego. Hasta protestaría airadamente por las protestas y los gritos. Pero para seguirle el juego, nada más. Porque lo que es pagar, paga. Y si quiere gritar mientras paga, que grite. Y si quiere pagar menos, mientras pague, que pague menos. Esta izquierda de obediencia por lo menos financiera -obediencia gritona, pero obediente-, es un poquitín falluta. Con empresas, conglomerados, multinacionales, más o menos lo mismo. Gritos y negocios.

(Por otra parte, bastante burdo ese asunto de mantener un clima de agitación y efervescencia progresista. Como si fuera una gran idea tener a todo el mundo caminando por la calle, el mayor tiempo que sea posible, dando la sensación de 'soberanía política e independencia económica'.)

Me parece que el hombre común cada vez paga más por cada vez menos y peores cosas. Y no estoy hablando solamente de comida y vestido. Parece que el discurso obligatorio es que estamos luchando a brazo partido y con inteligencia y coraje contra los poderosos y malvados de este mundo. Pero, qué puedo decir: lo que es este gobierno, pagar, paga. (E insisto en que no solamente se trata de dinero...)

Las condiciones de vida que quedaron como leyes de los nuevos tiempos globales, todavía humeantes en el recuerdo, aparentemente, aún están, vivas.

Cuando éramos del primer mundo menemista, por caso, eran las condiciones del progreso y lo que hacía falta para ser civilizados, ahora que somos latinoamericanos progresistas, son las condiciones de la lucha y lo que hay que hacer para ser revolucionario. Y -casas más casas menos- son las mismas condiciones, curiosamente.

Antes, ser precario era el modo de competir; ahora, ser precario es el modo de resistir.

Total: ser precario es el modo. Si fuera una religión quién sabe si no sería estupenda. Desasida, mística, ascética. Libre de las solicitudes mundanales.

Filfa.

Por lo demás, en esas materias que se llaman morales (algunas tan vecinas a obedecer lo que pide eso que hay que llamar el globalismo), este gobierno habla con pequeñas palabras pero firmes. Hace lo que hay que hacer para estar en este mundo hoy por hoy. Y allí no miente. Ni grita demasiado, salvo que lo obliguen o le den el 'piedra libre...'

Pequeñas líneas que se cruzan y que hacen un tramado que se me figura bastante horrendo: plata y moral sexual, negocios y revolución 'bolivariana'.

Piqueteros + inflación + aborto + arranques nacionalistas + lesbianas + aumentos de tarifas + antiFMI + condones + montoneros + pagos puntuales de la deuda externa.


Y falta las respuestas que recibe de enfrente (cualquier enfrente, al fin al cabo, salvo por los inmensos matices...)


Pero para seguir hablando de esto, y de algunas cosas más de estos barrios, mejor otro día.

Que la polis aturde y cansa, como se ve.

miércoles, 9 de marzo de 2005

Vine a dar con el colombiano Eduardo Carranza, en una vieja Revista Nacional de Cultura.

"...Nacido en 1913, en los llanos de Apiay...", dígase lo que se quiera, es un muy buen comienzo para una biografía. Sonoro comienzo, al menos.

En uno de sus libros de poemas ("Azul de ti. Sonetos sentimentales, 1937-1944") hay uno que, tratando de mantenerse ecuánime, es recomendabilísimo.
Soneto con una salvedad

Todo está bien: el verde en la pradera,
el aire con su silbo de diamante
y en el aire la rama dibujante
y por la luz arriba la palmera.

Todo está bien: la frente que me espera,
el agua con su cielo caminante,
el rojo húmedo de la boca amante
y el viento de la patria en la bandera.

Bien que sea entre sueños el infante,
que sea enero azul y que yo cante.
Bien la rosa en su claro palafrén.

Bien está que se viva y que se muera.
El Sol, la Luna, la Creación entera,
salvo mi corazón, todo está bien.

martes, 8 de marzo de 2005

Volver al tren es toda una experiencia que había olvidado en estos últimos dos meses, parece mentira.

Conseguí un buen horario, con asientos, no mucha gente. Un poco de lectura, apenas unas 'cabeceadas' de siesta y con eso y suerte se hace corto el viaje de una hora.

Lo que es por mí, no hubiera dado diez centavos por el sujeto. Ciego, al parecer, los ojos muy apretados. Mal vestido, de negro, pantalones y buzo. Además del pelo y las cejas renegridos. Bajito, arrastrando los pies. Tal vez treinta años.

Un bastón que no era bastón, un pedazo de caño blanco con puntera abajo. Y una guitarra completamente destrozada, emparchada con cinta de embalar transparente, mal puesta, todo alrededor de las curvas, levantado el fondo.

Una voz grave cuando hablaba y habló poco.

Y una voz de tenor cuando empezó a cantar.

Muy suave, sin estridencia ninguna. Modulando para que los 'altos' apenas molestaran al pasaje. No sé si era oficio o simplemente buen gusto.

Pero como yo no hubiera dado ni diez centavos por él, me sorprendió.

La canción era una canción de amor, versos impecables, rica melodía, al estilo trova cubana, muy buena guitrarra (pobre, la guitarra, dando sus últimos sonidos...)

Al terminar esa maravilla, 'diez centavos' hizo -con su voz grave, levemente impostada y letánica- una glosa evangelista, protestante, de iglesia electrónica. Una glosa miserable que aplicaba los versos al amor de Jesús, al amor por el hermano. Miserable por mísera.

No que no se pudiera entender esa aplicación. Pero con entender simple amor estaba bien. Y más que bien.

'Diez centavos' salió triunfante, conmovió espontáneamente a todo el vagón. Desde donde estaba, yo podía verlos a todos. El aplauso brotó sin obligación en cuanto terminó de cantar.

Estoy seguro de que, como a mí, a casi todos les pareció que la glosa no había siquiera tocado a la canción, que seguía flotando sola y musical.

No era faltar a la virtud de religión. Era un homenaje a una obra bien hecha.

'Diez centavos' cosechó algo más que aplausos.

Me quedé pensando si creería él haber hecho un acto apostólico y que las monedas (que tintineaban en el fondo de la media botella de gaseosa), brotaban de la fe conmovida de su auditorio. No sé que pensar. Aunque algo intuitivamente me hace esperar que no sea así.

lunes, 7 de marzo de 2005

La nube

Buena fama va delante
y buena va tras de si.
Nada le mancha su nombre,
nada tienen que decir.
Ni muerte lleva ni heridas
que digan de él que es vil.
Ni injusticias de dineros.
Ni sabe lo que es mentir.
Leal siempre, fiel amigo.
Valiente como del Rif...

Mas, de noche en noche suena
diría yo que el gemir
de un pecho que no ha consuelo
y que él ni debe oír.

Es lo que quedó de una historia que supe en estos días.

La trágica experiencia de no saber, de no tener idea, de no oír. Casi de la substancia de la tragedia.

Es el caso que la honra, el pundonor, tienen sus nubes y sus velos. Secretos, silenciosos, en sordina.

Un caballero con todas las letras, y sabe Dios que tiene buena fama. Y, con todo, allí va su sombra, una pequeña nube. Ni le opaca la honra, ni la desmerece. Pero, allí está. Y él no la ve. Y es honrado. Pero allí está una nube, dando la resolana.

Pero eso no pasa solamente con la honra, si vamos a ver. Son insondables los corazones. Para nosotros al menos.

viernes, 4 de marzo de 2005

Me pregunto en qué se parece James Joyce a Ginés González García.

En realidad, no sé.

Tal vez, y nada más, en que haya letras que se repiten en sus nombres, por ejemplo.

Por lo demás, Joyce era muy flaco; González, au contraire.

Con todo, estoy seguro de que algo dañino hay detrás de las dos figuras. Por algún lado son parientes. Tendría que ponerme a cotejar, investigar un poco.

Pero, a primera vista, algo hay. Hay algo con el amor en ambos. Escribir un poema de amor sin amor y repartir condones entre los adolescentes, son de esas cosas que tienen un aire de familia.

Es probable que cierta educación, en-el-peor-sentido-de-la-palabra-jesuítica, le haya dejado a JJ todo revuelto en la cabeza y en el corazón. Y de verdad no tengo idea quién haya podido revolverle el corazón y la cabeza a García.

Igual -y aunque es mucho más grave y muchísimo más peligroso-, siempre será materia más noble ser mal educado por los jesuítas que ser un visitador médico de laboratorios o empleado del Banco Mundial o del PNUD.

O será que yo mismo prefiero un escritor a un políticastro. O será que GGG, entre otras cosas, ha leido a JJ y así quedó.

Si no fuera tensar la metáfora, tal vez cabría lo de que de aquellos polvos vienen estos lodos...

Pero no sé si se puede explicar bien esto.

Mejor lo miro todo de nuevo.

miércoles, 2 de marzo de 2005

Leía en un ensayo sobre James Joyce, un relato que su hermano Stanislaus trae en Mi hermano James Joyce.

Resulta que James tenía unos poemas juveniles, de carácter erótico y, refiréndose a ellos, un amigo, Skeffington, le pregunta si alguna vez había estado enamorado:
"La respuesta fue rápida: -¿Cómo podría escribir las más perfectas canciones de amor de nuestra época si estuviera enamorado? El poeta debe escribir siempre sobre un sentimiento pasado o futuro, nunca presente. Si se trata de una relación normal, bien encaminada, devota del amor de Dios,'hasta-la-muerte- nosotros- dos', se hará incontenible y arruinará la poesía.
La poesía debe tener una válvula de seguridad bien ajustada. La tarea del poeta es escribir tragedias, pero nunca la de ser actor."

Leo también que Joyce se había educado en los colegios de Clongowes y Belvedere y también en Trinity College, todos ellos a cargo de la Compañía de Jesús.