domingo, 13 de febrero de 2005

A poco más de 100 kilómetros al noreste están los Altos de Jalisco. Buena tierra, muy.

Es campo, aunque no es el campo de nuestra llanura, porque no hay llanura de ese tipo aquí. Pero es campo: vacas, siembras, cría de aves, ranchos, corrales. Leche, maíz, huevos, carnes. Y, por supuesto, plantaciones de agave, la planta del 'tequila'.

Otra vez esta vez me invitaron a cazar huilotas (son como nuestras torcazas del sur), campamento incluido, de noche bajo las estrellas. A la vera de una represa, una especie de laguna. Son Los Altos de San Joaquín, porque está en una sierra sobre un caserío, una ranchería, que así se llama.

Las huilas (apócope de cazadores) comen de los campos ya cosechados de maíz y hacen sus vuelos sobre ellos, que es cuando el cazador las caza. Eso pasa entre el alba y las 9 y, por la tarde, entre las 4 y la caída del sol.

Me había comprado de oferta un compacto de Jorge Negrete, cantando en vivo con el trío Los Calaveras. Y esa fue la música de este fin de semana. Especialmente, las canciones de José Alfredo (Jiménez, autor exquisito de La media vuelta o Te solté la rienda...)

Qué bien sonaba bajo la Osa mayor y un cielo desconocido para mí, un cielo de estrellas nuevas, que no se ven en el sur. Viento suave que soplaba del lado de la lagunita, alrededor de un fuego de una rama enorme que conseguí en la sierra, para beneplácito de mis anfitriones (mi pasión por el fuego es casi famosa ya por estos lares...)

Una especie de nuestro espinillo. A la planta cuando es chica, una mata muy espinosa, la llaman huisache y mesquite al árbol en que se convierte pasado mucho tiempo, que da flores amarillo oscuro muy abigarradas. La planta puebla la sierra como los nopales, especies de cactus (como nuestras tunas, pero distintos, de esos que a veces aparecen en los dibujos animados o en las películas.)

Riquísimo huele el mesquite, madera dura, de una madre durísima. Casi no da humo y 'tira' calor casi como nuestro espinillo, pariente pobre del quebracho para la chimenea o el asado.

Asado hice, a propósito. Se come aquí un corte al que llaman arrachera que es una carne muy finita. Pero esta vez venía un poco más ancha y no resistí la tentación.

Era cosa de ver la parrilla con comal (una plancha de acero) en la que calentaba tortillas de maíz, tacos de res o de frijol y cebollitas. Y más era cosa de ver el gaucho dándole vuelta y vuelta a la arrachera hasta dejarla en su punto, grosor de matambre y consistencia de lomo... El orgullo cárneo nacional, diría yo, quedó salvado con toda dignidad.

Pero la noche, en realidad, era de fuego, cigarros de hoja y ron.

Conversación masculina, cosas de hombres. Quién sabe durante cuántos miles de años ha sido así. Cazadores silenciosos o bromistas (ellos, mucho más que yo), cansados de caminar entre rastrojos y con el hombro derecho apenas resentido por las decenas de golpes de los tiros de escopeta, allí los cuatro, alrededor del mesquite que gobernaba con celo (o me dejaban gobernar...) y que olía y miraba quemarse con deleite.

José Alfredo gobernaba el aire, mientras tanto. El viento movía el agua de la lagunita contra piedras grises y pardas. Una luna increíble, menguante, amarilleando el agua. Y Los Calaveras, a pura guitarra dulce y rústica, diciendo con gran elegancia:
"...Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda:
voy a dejarte el mundo para ti solita.
Como al caballo blanco le solté la rienda,
a ti también te suelto y te me vas ahorita.

Y cuando al fin comprendas
que el amor bonito lo tenías conmigo,
vas a sentir mis besos
en los propios brazos del que esté contigo;
vas a sentir que lloras
sin poder siquiera derramar tu llanto
y has de querer mirarte
en mis ojos claros que quisiste tanto,
que quisiste tanto,
que quisiste tanto...

Cuando se quiere a fuerzas rebasar la meta
y se abandona todo lo que se ha tenido,
como tú traes el alma con la rienda suelta
ya crees que el mundo es tuyo y me das tu olvido..."

A esta altura, exactamente dentro de dos semanas, y primero Dios (acá si usan esta expresión), estaré en la pampa otra vez.

Pero ahora, y por ahora, estoy aquí. No sé -y no creo que pueda saberlo- si no es esto lo que vine a hacer. Por lo menos también esto.


¿Que si lo pase bien en la sierra? Sí, cómo no: tenía casi todo.


Menos el resto.

Como siempre en este mundo.