lunes, 28 de febrero de 2005

Y al fin, pasadas las seis semanas de trabajos, de vuelta en casa

¿Podría poner aquí todas las cosas vistas? ¿Podría -debería- hacer la verdadera cuenta de cosas?

Me acuerdo de Chesterton: ¿qué debo decir: lo que todo el mundo diría que ocurrió o decir lo que 'verdaderamente' es?

No. Mejor callar la mayor parte de las cosas. Las que verdaderamente son y fueron. Hasta que vayan saliendo tal vez, si acaso, si salen, si aparecen, si deben salir a la luz.

Et si non, non. No soy yo quien decide eso enteramente, después de todo.

Uno teme siempre trivializar, tratando de explicar.

Pero lo cierto es también que uno se lleva algo de todas las cosas, algo de todo lo que vivimos y vemos va donde vamos.


Así es como muchos indígenas que vi, verdaderamente se asustan cuando los turistas pretenden sacarles una foto 'pintoresca'.

De verdad creen que algo de su alma se va con el turista y con la fotografía que les toman.

No saben la razón que tienen. O sí.

domingo, 13 de febrero de 2005

A poco más de 100 kilómetros al noreste están los Altos de Jalisco. Buena tierra, muy.

Es campo, aunque no es el campo de nuestra llanura, porque no hay llanura de ese tipo aquí. Pero es campo: vacas, siembras, cría de aves, ranchos, corrales. Leche, maíz, huevos, carnes. Y, por supuesto, plantaciones de agave, la planta del 'tequila'.

Otra vez esta vez me invitaron a cazar huilotas (son como nuestras torcazas del sur), campamento incluido, de noche bajo las estrellas. A la vera de una represa, una especie de laguna. Son Los Altos de San Joaquín, porque está en una sierra sobre un caserío, una ranchería, que así se llama.

Las huilas (apócope de cazadores) comen de los campos ya cosechados de maíz y hacen sus vuelos sobre ellos, que es cuando el cazador las caza. Eso pasa entre el alba y las 9 y, por la tarde, entre las 4 y la caída del sol.

Me había comprado de oferta un compacto de Jorge Negrete, cantando en vivo con el trío Los Calaveras. Y esa fue la música de este fin de semana. Especialmente, las canciones de José Alfredo (Jiménez, autor exquisito de La media vuelta o Te solté la rienda...)

Qué bien sonaba bajo la Osa mayor y un cielo desconocido para mí, un cielo de estrellas nuevas, que no se ven en el sur. Viento suave que soplaba del lado de la lagunita, alrededor de un fuego de una rama enorme que conseguí en la sierra, para beneplácito de mis anfitriones (mi pasión por el fuego es casi famosa ya por estos lares...)

Una especie de nuestro espinillo. A la planta cuando es chica, una mata muy espinosa, la llaman huisache y mesquite al árbol en que se convierte pasado mucho tiempo, que da flores amarillo oscuro muy abigarradas. La planta puebla la sierra como los nopales, especies de cactus (como nuestras tunas, pero distintos, de esos que a veces aparecen en los dibujos animados o en las películas.)

Riquísimo huele el mesquite, madera dura, de una madre durísima. Casi no da humo y 'tira' calor casi como nuestro espinillo, pariente pobre del quebracho para la chimenea o el asado.

Asado hice, a propósito. Se come aquí un corte al que llaman arrachera que es una carne muy finita. Pero esta vez venía un poco más ancha y no resistí la tentación.

Era cosa de ver la parrilla con comal (una plancha de acero) en la que calentaba tortillas de maíz, tacos de res o de frijol y cebollitas. Y más era cosa de ver el gaucho dándole vuelta y vuelta a la arrachera hasta dejarla en su punto, grosor de matambre y consistencia de lomo... El orgullo cárneo nacional, diría yo, quedó salvado con toda dignidad.

Pero la noche, en realidad, era de fuego, cigarros de hoja y ron.

Conversación masculina, cosas de hombres. Quién sabe durante cuántos miles de años ha sido así. Cazadores silenciosos o bromistas (ellos, mucho más que yo), cansados de caminar entre rastrojos y con el hombro derecho apenas resentido por las decenas de golpes de los tiros de escopeta, allí los cuatro, alrededor del mesquite que gobernaba con celo (o me dejaban gobernar...) y que olía y miraba quemarse con deleite.

José Alfredo gobernaba el aire, mientras tanto. El viento movía el agua de la lagunita contra piedras grises y pardas. Una luna increíble, menguante, amarilleando el agua. Y Los Calaveras, a pura guitarra dulce y rústica, diciendo con gran elegancia:
"...Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda:
voy a dejarte el mundo para ti solita.
Como al caballo blanco le solté la rienda,
a ti también te suelto y te me vas ahorita.

Y cuando al fin comprendas
que el amor bonito lo tenías conmigo,
vas a sentir mis besos
en los propios brazos del que esté contigo;
vas a sentir que lloras
sin poder siquiera derramar tu llanto
y has de querer mirarte
en mis ojos claros que quisiste tanto,
que quisiste tanto,
que quisiste tanto...

Cuando se quiere a fuerzas rebasar la meta
y se abandona todo lo que se ha tenido,
como tú traes el alma con la rienda suelta
ya crees que el mundo es tuyo y me das tu olvido..."

A esta altura, exactamente dentro de dos semanas, y primero Dios (acá si usan esta expresión), estaré en la pampa otra vez.

Pero ahora, y por ahora, estoy aquí. No sé -y no creo que pueda saberlo- si no es esto lo que vine a hacer. Por lo menos también esto.


¿Que si lo pase bien en la sierra? Sí, cómo no: tenía casi todo.


Menos el resto.

Como siempre en este mundo.

jueves, 10 de febrero de 2005

Los he visto miles de veces, en todas partes, suspendidos en vuelo, quietos en el aire.

Tener que cruzar dos trópicos y el Ecuador para poder ver, por primera vez en mi vida, un colibrí quieto sin volar, parado en un alambre, sobre una pared a la que da la ventana de mi cuarto, con el noreste de fondo, recién salido el sol.

Un personaje, el animal. No sé por qué me dio la impresión de que aprovechaba, como actor tras bambalinas, un momento de descanso, que nadie lo veía (nadie, nadie, no...)

Como si fuera consciente de que, a la vista de todos, debe hacer lo que se espera de él, y necesariamente debe volar infatigable. No sé si eso les pasa a los colibríes (o solamente a los actores, o si alguna vez o muchas nos pasa a todos...)

Hablando de pájaros, años atrás alguna vez vi unos pájaros extravagantes en Tijuana, una tarde de invierno, una tarde fría. Más que ver, los oí. Los cantos nos rodeaban como en estereofonía, porque sonaban unos trinos de mil formas que parecían de otros tantos bichos. Y, no. Pregunté y me dijeron que era uno solo. Había salido del salón con las gentes del curso. Estábamos tomando café y chocolate caliente en un jardín entre muros, en un alto entre clases, rodeados de árboles inmóviles, el cielo limpio, helado, a la caída del sol, con las estrellas nítidas y una luna brillante.

Me dijeron que se llamaban zenzontles y me acordé del nombre, lo había leído en Darío y los oí mencionar en canciones de la Trova, por ejemplo. Creo que algo dije de ellos alguna vez. Es un caso único porque imita los cantos de otros muchos pájaros y los mezcla. Un auténtico subcreador en segundo grado...

Y están por aquí también los zanates (de hecho, xanates o chanates, más propiamente tal vez), que quiere decir algo como negros u obscuros. Tal así que, por estos rumbos, a los morochos los llaman zanates. Tienen mucho de cuervos, si vamos al caso.

Pájaros raros, grandes talmente como cuervos grandes, de cola larga, verdaderamente negros y lustrosos, pico largo, y agresivos al parecer. Comen de unos frutos de árboles que aquí llaman jacaranda, con acento grave. Y no sólo, parece que también comen pájaros más chicos, cosa que no me extraña para nada.

Tienen un canto dramático, casi grave, punzante, desgarrado, con trinos a veces, que suenan como arias de tenores rusos. Me quedo viéndolos en las plazas y en los jardines. Suelen pararse también en las ramas altas de unos árboles como ficus muy grandes y desde allí gritan y se lanzan en picada. Andan acompañados de otros pájaros que no alcanzo a distinguir (parecen zorzales a la distancia, o a mi cortedad de vista) y como no los oigo cantar, no sé describirlos bien.

martes, 8 de febrero de 2005

Anduve al norte de aquí, por Tepic, capital del estado de Nayarit.

Hay varias historias de ese viaje que alguna vez si acaso contaré. Algunas son historia política y social.

Pero, por ahora, una de ésas cosas tan típicas a las que uno se acostumbra en estas tierras.

En una iglesia bastante vieja en el centro de la ciudad, que no es muy grande, hay una reja que da paso a una especie de navecita al aire libre.

Allí, en medio de esa nave o capillita está la cruz de zacate.

Zacate es pasto. Y efectivamente lo que hay allí es una milagrosa cruz de pasto (el brazo mayor es de una hierba o yuyo como si dijéramos manzanilla), pastos de dos texturas y colores, perfectamente trazada y simétrica, todo alrededor lo que hay es tierra con un musgo impoluto lo que muestra que el lugar no es hollado por pie humano de quien pudiera carpir o cuidar.

Nadie ha sembrado, nadie riega ni cuida. Simplemente crece así en forma de nítida cruz de zacate.

Y así está desde por lo menos 1619, aunque otras fuentes dicen que ya estaba desde los primeros tiempos de la evangelización, allá por 1540. El que descubrió el milagro fue un mozo de mulas, o mejor dicho las mulas, que eran las que no querían, ni por pienso, pararse sobre aquel terreno. Viendo por qué, así lo advirtió el mozo que fue quien dio la novedad al pueblo.

A quien le importe el dato, hacia el sur de Nayarit, cerca de Vallarta, está la ciudad de Compostela, tierra adentro.

Tuvo como primer designio ser la capital de la Nueva Galicia, pero el clima no gustó al primer obispo, por caluroso y húmedo, de allí que propuso correr la fundación hacia un valle más benigno, en Jalisco, adonde fundaron con el tiempo la nueva capital.

Oyendo a los nayaritas, creo que Compostela suspira todavía ese desdén.

domingo, 6 de febrero de 2005

Cosas tienen aquí que son bien simpáticas.

Como la 'tamaliza'. Pero empecemos la historia por el principio.

Los Pesebres ('Nacimientos' o 'Belenes') duran hasta el dos de febrero, Fiesta de la Candelaria, o Nuestra Señora de la Candelaria, tiempo en que se presentó al Niño en el templo, una ceremonia que incluía una procesión que supo ser acompañada de candelas, y de allí el nombre.

Para Epifanía aparecen las famosas roscas de Reyes, en cuyo interior se mezcla con la masa un pequeño Niño de materiales diversos.

Cuando llega el 2 de febrero, se celebra la Presentación de los niños en las iglesias, acompañados de sus respectivos padrinos de bautismo. No necesariamente se trata de niños recién nacidos, he visto de varias edades.

También se 'presentan' figuras del Niño muy cuidadosamente ataviadas, incluso cambiando los trajes de año en año, y también con sus respectivas 'madrinas' que son las que se ocupan de ellos. En esa ocasión hay una bendición especial 'con' esos Niños.

Ahora bien, a quien le tocó el Niño en su porción de rosca le tocó también la obligación de pagar los tamales el 2 de febrero, cuando se deshacen los Belenes, y de allí la 'tamaliza'.

Hay una explicación por cierto para esta tradición, pero, cuando pregunté por qué tamales, me contestaron, como hacen muchas veces: "pues, porque tamales..."