jueves, 2 de diciembre de 2004

Tengo una suerte increíble, no vayan a creer. ¿Quién se puede dar el lujo de zambullirse -más de 30º de térmica- a las 5 de la tarde en el hirviente carricoche flojo de amortiguadores y salir cansinamente -corbata al cuello- a tomar examen, como comparsa, en una mesa de cosas semióticas para una carrera de Comercialización, en una sede universitaria de pueblito conurbano?

¿Saben ustedes que en buena parte de nuestra América se llama Mercadotecnia (marketing) a esa abominable técnica de la Comercialización? ¿Y que hay pedazos de barbilampiños y acelularados/as que se arrodillan a sus pies como si se tratara de una vera carrera universitaria? No, ¡qué van a saber! Si ustedes ni pecado original deben tener...

Que Dios te ayude, muchacho, y allí voy. Que sean menos de tres, por favor. Y ahí viene la buena suerte: eran apenas dos. Una cifra angustiosamente digerible.

Ah, pero falta que desfilen De Saussure, Horkheimer, Adorno, Kafka, Habermas, Walter Benjamin, la entera Escuela de Birmingham, el Media Research of America, Roland Barthes, Umberto Eco y la mar en coche. Se me escapó Beatriz Sarlo por un pelo y casi me salvo de las escuelas argentinas (¿?) de semiótica. Las frases cruzan el aire, como granadas de fósforo. Me pongo a cubierto como el capitán que rescata al soldado Ryan en la batalla del puente.

¿No me creen? Entonces atájense este penalty, cobardes: "Estamos en un examen de Comunicación. Pero en esta instancia no tenemos que comunicarnos, sino metacomunicarnos. Es decir, ver la instancia de la comunicación..."

O a ver si pueden con este out goal, mentecatos: "El texto construye un emisor y un receptor virtual, con lo que se vuelve el efecto de sentido que emana del texto..."

Ah, se rinden, ¿no?. Y eso era nada más que el copetín...

Listo. Saludo a la tribuna desde el círculo central y me voy a los vestuarios.

Pero, ¿a que no adivinan? Vuelto a casa ya, ginebra con agua en mano y remolino de niños en la cabeza, que quieren confraternizar con su padre y piden caramelos y mimos, me entrego a un match vidrioso en Porto Alegre, cuyo empate hace pasar a la final de la Sudamericana al Boca Juniors de mis amores parcos. Y los "procesos de semiotización" se vuelven el recuerdo borroso de un sueño que no sé si he tenido en realidad.

Acecha el enemigo, sin embargo. El varón de casi 15, boquense módico, con su voz fluctuante de adolescente en pleno ejercicio de sus funciones, me espeta un: "Fue un partido táctico, papá..."

Y se va a regar el maíz, ya en plena noche, con la misma solvencia con la que un middlewest hubiera dictaminado en Nüremberg.

Doble ración de ginebra Llave con agua. Me lo merezco, digan si no es verdad. Fue un día harto peligroso.