jueves, 9 de diciembre de 2004

No importa dónde esté. No importa en qué esté. En qué ocupación, en qué estado de alma, de cosas.

Donde sea, cuando sea, como sea, vuelvo cada vez la mirada al Tepeyac, a la tilma llena de rosas de Juan Diego, a la Señora de Guadalupe.

Y el corazón llora de emoción silenciosamente como los ojos lloraron la primera vez que la vi, como la primera vez que me quedé mirando México entero desde la capillita de Juan Diego, allá en lo alto del Tepeyac.

No sé si es muy duro mi corazón, pero tendría que haberlo sido para no enamorarme de aquella Señora, si no me hubiera arrodillado ante el indiecito (no era santo entonces), si no admirara inmensamente la fe de ese pueblo.

Hoy es la fiesta de San Juan Diego. Enamorado, Dios hace cosas que solamente hacen los enamorados.


Que no se me enoje ni se me ofenda, con los elogios y requiebros, mi mexicana Señora de Zapopan, Virgen morena, tan bonita, tan socorrida y milagrosa.