domingo, 19 de diciembre de 2004

Estoy seguro de que algunos van a decir que tengo una mente, para muchas cosas, bastante infantil y mítica.

Y no lo niego en absoluto.

Así que, cuando me dicen que vamos a empezar a los cohetazos con los cometas del cielo, me parece casi un sacrilegio.

Pienso, por ejemplo, en los Magos de Oriente, miren lo que son las cosas, atesorando los signos de los cielos con reverencia de científicos y de "hombres de buena voluntad". Y mirando al Cielo para irse al Cielo.

Pero también pienso en el "gran físico" Weston y su discípulo y secuaz Harry Devine, los de Out of the Silent Planet, de C. S. Lewis, o en el director del N.I.C.E. de That Hideous Strenght.

Y me imagino también a las Inteligencias que gobiernan las Esferas mirando -entrecerrados los ojos- los artefactos que salen de por debajo de la esfera sublunar; cascaritas de nuez que, tripuladas o no, vienen de allá, del petulante Planeta Azul, del reino provisorio del Príncipe de ese Mundo. Me los imagino mirando a los Hijos de Maleldil asomar la cabeza al espacio estelar, a las esferas del Universo, y me los veo meneando la cabeza, mientras ven como los pequeños manosean las cosas, toda cosa.

Me imagino los Coros de Dionisio y los Círculos del Dante.

Y todo -más que profecías, signos y vaticinios- visto así me parece más bien libreto, guión, script. Por esa especie de insistencia y por esa especie de concienzuda "fidelidad" con la que jugamos nuestro papel.