martes, 16 de noviembre de 2004

No sé de dónde habrán sacado eso que dicen los alemanes: ende gut, alles gut.

El día (el día de la quinta fragante) periclita, entre otras cosas, con un obligado paseo por Buenos Aires.

(¿Cómo se hace para distinguir a los piqueteros de la delegación china, si entre los dos -medidas de seguridad mediante- se las ingenian para que el trayecto de tres consabidas cuadras se vuelva la larga marcha de 25 cuadras...? Puedo entender las 20.000 millones de razones que algunos tendrán para poner al extremo oriente en cajita de cristal. Ahora, ¿por qué a los que van a tomar la Bastilla?)

Hacía bastante que no andaba por la ciudad a pie, cruzándola de sur a norte. Hacía tiempo que Buenos Aires no era peatonal y piquetera. Ni china. Otro poco de lo mismo, me había olvidado. Pero lo que me sigue llamando la atención es la disciplina de los cuadros militantes, ahora en partes iguales de hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Resulta evidente que la orden es 'quietos y ordenados'. Un día les van a dar otra orden. Lo digo por los piqueteros. Pero también por los chinos.

Con todo y eso, dos apostillas, nada más.

Me sorprendió lo vistada que está Buenos Aires, casi hasta molesta ese asunto de encontrase con un extraño en la cocina de tu casa abriéndote la heladera y otro sentado en tu comedor usando tu sopera...Y miren que a mí me gusta viajar. Pero por eso mismo sé, por propia experiencia, que cuando uno viaja mira todo, casi nada más que porque está viajando. Y es capaz de mirar un cordón de la vereda en Timbuctú como si nunca hubiese visto uno en su vida. Eso tiene de chestertoniano el turista (ojalá): mirar lo que se conoce como si nunca se lo hubiera visto antes.
Me parece que no era exactamente eso en lo que pensaba GKCh cuando dijo: "es buena la familiaridad cuando engendra amor, no cuando la familiaridad engendra desprecio." Ahora bien, que una parejita de suecos en bermudas se pare en la vereda subiendo de la Plaza San Martín y miren las cúpulas del Santísimo de la calle San Martín como si estuvieran viendo las cúpulas de Santa Sofía..., qué quieren que les diga, me hace un poco de gracia y es otro poco chocante.

El otro asunto es una rara sensación. De pronto, llegando a Retiro tras la larga marcha, uno descubre que las únicas tres clases de personas que no llevan un celular en la mano, al cinto o pegado a la oreja son: 1) los mendigos (no dije piqueteros, dije mendigos) o los que tienen aspecto de que pueden serlo de un momento a otro; 2) los turistas; y 3) uno mismo.

Y así, más o menos, el día fenece.