sábado, 13 de noviembre de 2004

No es del todo disparatado un artículo de Clarín sobre el politizado Congreso de la Lengua. No del todo. Pero en substancia me parece flojo. Especialmente por el enfoque.

El resultado del modo de ver el asunto (en el planteo del autor de la nota y en el de los lingüístas más seriamente) da un equilibrio inestable entre la validez de una lengua y lo que pasa con el español (con cualquier lengua, en realidad) en tiempos en que la tasa es la mera utilidad de todas las cosas.

Equilibrio inestable también porque hay que considerar, por una parte, la supervivencia de una lengua determinada en oposición a otros lenguajes y a otras lenguas, y, al mismo tiempo procurar que la incorporación de la vida de los hablantes a la vida de una lengua viva no mate al sistema de esa misma lengua. Un juego algo peligroso entre que la conciencia determine la existencia y que la existencia determine la conciencia, por ponerlo en términos marxistas. Estoy seguro de que hay un problema allí. Pero estoy seguro también de que la forma de plantearlo, la propia determinación de cuál es el problema a resolver y los intereses ideológicos que sí o sí deben quedar asentados en el planteo y en la solución, hacen más y más inestable el ortopédico equilibrio.

Pero sobre todo el equilibrio es inestable, creo, porque se plantea la cuestión sin tomar nota de que en el lenguaje, y más precisamente en la tan aclamada lengua de uso (y no estoy defendiendo con esto la pura lengua académica como sistema intocable), es donde se nota primero y de modo más impresionante el estado espiritual e intelectual de una sociedad.

Arriesgo, sin demasiado cargo de conciencia, que, en lo que a nuestro tiempo se refiere, esto ocurre una vez que ya se ha perdido en buena medida el sentido de la realidad. El sentido de la realidad respecto de las cosas, el sentido de la realidad respecto del intelecto y el sentido de la realidad tal como está en las palabras. Algo que los griegos sabían.

Y en este orden, algún que otro gazapillo de cierto bulto hay también en la nota, como cuando dice que las academias son herederas del espíritu racionalista griego (sin aclarar, en todo caso, que el siglo XVIII en que se crea la Academia Española, no es precisamente un siglo impregnado de espíritu griego, aunque sí racionalista.)
ver

Me llamó la atención, sin embargo, un aspecto. Repasando los ejes temáticos del congreso, dentro del primero repara el autor en:
...la indagación sobre la vinculación entre sociedad y lenguaje, en la cual el empobrecimiento de las experiencias subjetivas y el decaimiento de la riqueza lingüística tienen una complejidad que excede a la mera relación entre pobreza material y achicamiento del campo simbólico, ya que se relaciona con la unidimensionalidad de los bienes simbólicos producidos para el consumo por las industrias culturales de masas.
Esta afirmación sigue en equilibro inestable con lo que dice más adelante:
La influencia de los estudios contemporáneos sobre el lenguaje fueron llevando a una valoración positiva de la diversidad lingüística y, además, a concebir a la propia lengua como no homogénea. Este abordaje ha llevado, como lo explica la lingüista María Elena Rodríguez, a que se admita una mayor variedad en los contenidos de área de lengua que se imparten en las escuelas argentinas. "Aunque permanece -explica Rodríguez, quien además trabaja en el área de contenidos de la Secretaría de Educación de la ciudad de Buenos Aires- la idea y la enseñanza de un dialecto más prestigioso, esto se presenta con un conjunto de variedades, lo cual refleja la diversidad que está presente en la estructura social". Por este motivo, progresivamente pero con más énfasis desde el fin de la última dictadura, se abandonaron las lecturas unilaterales que antaño inculcaban autores españoles y una variedad de castellano uniforme, abriendo las aulas a la literatura latinoamericana. Complementariamente, Beba Guido -autora de libros para la enseñanza de la lengua y profesora de esta materia en diversos magisterios- afirma que, en contra del pasado en el que se enseñaba en base al "tú" -forma que carecía de adhesión entre los hablantes-, "ya la enseñanza de la lengua se basa en la lengua en uso".
Claro que no voy a siquiera detenerme en vos vs. tú ni en opresores/oprimidos o dictadura/autores españoles vs. democracia/literatura latinoamericana. Aunque esta mirada horizontal de la cuestión no es menos parte del problema de para qué existen las lenguas y qué es el lenguaje.

Sin duda que la lengua de uso es un complejo producto social (a la vez que individual.) Se da cuenta de esto el autor de la nota, cuando dice:
En ese movimiento, la socialización lingüística a través de la familia pero también por la escuela y el efecto de los medios de comunicación, deja una marca capaz de enriquecer el universo de sentidos o, por el contrario, de restringirlo. De este modo, y aunque pueda parecer que el Congreso de la Lengua tiene un alto nivel de abstracción y de impersonalidad, sus problemáticas se relacionan con la capacidad de producción de sentidos y de efectos comunicativos de los hablantes del español en un mundo global en el que se extinguen lenguas y hay hegemonías aplastantes, en el cual también existen resistencias, desafíos y, a pesar de todo, el cultivo de las diversidades.
Pero, lo dicho: equilibrio inestable. Y no estoy diciendo que en muy buena medida todo ser vivo (y una lengua lo es, mientras tiene hablantes) no sea un ser en inequilibrio inestable, porque de hecho lo es. Estoy diciendo que las razones de ese equilibrio inestable no se agotan en la existencia -y defensa algo posmoderna- de las diversidades, o en la dialéctica lengua académica-lengua de uso. Una lengua, un idioma, está para reflejar sentido, primero, y, a la vez, para producir sentido y para transmitir sentido y para, de este modo, configurar en signos el mundo. Su validez última y mayor calidad es precisamente la de lograr el mayor éxito en esta acción simbólica. Por eso mismo, no hay modo, me parece, de no entender como un argumento ideológico la cuestión de la diversidad, sobre todo si viene sin la afirmación de una realidad detrás del símbolo.

Me dirán que no es un problema lingüístico. Y diré que por lo menos es un problema metodológico lingüístico -como diría Gilson- pasar por adelante del asunto sin tener definido el problema y hablar del lenguaje como si ya tuviéramos definida -o como si no importara tener definida- la relación del lenguaje con aquello que nombra en última instancia: la realidad.

Pero me parece también que esto está en relación profunda con asociar el racionalismo iluminista del XVIII con Grecia, sin más.

Claro que no sé cómo se puede hablar de lo más lejano a la cuestión principal y precario por lo mismo, sin abordar lo más próximo y axial (especialmente cuando afilan la utilidad del idioma, como quien prepara un cuchillito para entrarle a las carnes pingües de las ganancias):
Además, el Congreso interviene en un área -la lengua- que produce todo un universo voluminoso de negocios, que van desde la industria editorial y los medios gráficos a la televisión, la música y el cine. En buena medida, la expansión del número de hablantes del español es, correlativamente, el crecimiento de formas simbólicas que también son mercancías y brindan ganancias.
Confieso, finalmente, que este párrafo me parece de mero oportunismo literario:
El español es signo de identidad para sus hablantes, un idioma de la cultura con una formidable tradición y un horizonte abierto: acercar el ideal de que sus hablantes puedan participar de la madurez y potencia de la lengua.

No se vayan de la página de la revista de Clarín sin hacerle un último servicio al adocenamiento de la cultura de masas para ovejas encarriladas. En la encuestita que está abajo a la derecha, con cierto desmaño pregunta Clarín por el escritor "preferido" de los lectores. Y enseguida nos embreta en una listita políticamente correcta para que prefiramos entre los escritores que prefiere Clarín. O entre los escritores que hay que preferir. Un ejemplo de promoción de la lectura y de la venta de libros, cuando menos. Pero, además, un ejemplo práctico de dónde está uno de los problemas de la supervivencia de una lengua. Y de la validez de una cultura.