jueves, 18 de noviembre de 2004

Alcancé a ver, por casualidad, la última media hora de África mía (Out of Africa). Me gusta esa película, no sé por qué. Me gusta -no ya Meryl Streep, que siempre me gusta actuando- hasta Robert Redford, que casi nunca me gusta.

Alguna vez quise interesarme por la vida de la danesa real que hay detrás del guión, pero no lo logré. Preferí, arbitrariamente quedarme con la composición de la Streep.

Esta vez oí algunos diálogos con más atención. La historia tal como está contada tiene algunos temas detrás de la anécdota, si uno se pone a ver. Principios del siglo XX, europeos ricos en África, mundos distintos, burbujas de vida artificial en medio de realidades no muy distintas a las de hoy. La fastidiosa cuestión de la 'carga del hombre blanco'. La infaltable presencia del americano hijo del american way of living (Redford) y el choque con los modos de ser, de ver y de vivir de los europeos.

Sin embargo, allí está también la cuestión de la libertad de vivir y en la vida, al modo, digamos, moderno. Especialmente, en las relaciones interpersonales. Ya la protagonista es una mujer en tierra (y menesteres) 'de varones', lo que se llamaba (cuando llamaba la atención) 'una mujer liberada'. También aparece la cuestión del matrimonio, more moderno, las libertades y tolerancias al modo moderno de plantearlas, lo que no llama la atención de nadie. Por supuesto que Redford encarna al solitario (soltero), individualista, desprejuiciado, dueño de sí mismo y de su propia vida, hacedor de su destino, iconoclasta (social y espiritual). Bueno, sí, no es malo, no mató a nadie y defiende a los animales, claro, contra los cazadores. Casi sin afectación exhibe su desasimiento, su desprendimiento. No le interesan las riquezas, los honores. No posee demasiado y parece no querer poseer nada. Quiere animales libres y personas libres. No quiere jaulas ni leyes. En lo que se entiende habitualmente, es levemente utópico. Ella también es carne del tiempo, al modo dinamarqués de ser indiferente y prescindente frente a los cánones sociales (escandalizando, claro a los dinamarqueses e ingleses.) De hecho, su marido, encuentra a otra y 'civilizadamente' arreglan su divorcio. Y por cierto, ella lo tiene al americano de amante, cosa que su marido finalmente celebra y propicia. En fin, hasta allí, más o menos, en el trasfondo de la anécdota, nada que no se pueda predecir. Hoy por hoy, un modo casi ingenuo de plantear las cosas.

Sin embargo, lo que sí me dio algo más de miga, esta vez, es una breve escena. Resulta que ya sola y sin su marido, pero ya amante, Streep quiere algo más que cama y romance con Redford. Quiere "tener algo propio" y "saber que es de alguien", a su vez. Es decir, en términos fuera del lenguaje habitual, quiere amar y ser amada. Por supuesto que el freeman afronta la cuestión del matrimonio en previsible clave de "un papel no dice que te quiera más o mejor, que ste sea fiel o que te extrañe". Hay a la vez una caricatura conveniente del matrimonio, pero también una referencia obvia a la formalidad hueca no ya de un sacramento -nadie habla en esos términos- sino del uso social en materia de amores hipócritas o de conveniencias. Una herencia del romanticismo, sin duda. Pero una reacción del romanticismo -todo lo desmañada que se quiera- que pone en cuestión la noción misma de amor. No que los románticos hayan entendido qué es sino que tenían una sensación de que algo andaba mal con el amor. Creo que, rápidamente dicho, al meter la mano empeoraron el asunto, como creo que de aquellos polvos románticos vienen principalmente los lodos de nuestros días.

El caso es que Redford argumenta. Quiere libertad, quiere poder ir y venir, no quiere sentirse atado a lo que en realidad está atado, precisamente porque si bien siempre se va, siempre vuelve. Y ella se lo hace notar. Y se lo reprocha en cierto sentido. Hablando en un registro en algo extraño a sí misma y a lo que representa la danesa liberada, prefiere que no vuelva siempre si no va a quedarse nunca.

En cuanto a lo que son los afectos humanos, todo parece bastante en falsa escuadra. Pero en medio de tantas soluciones provisionales, en medio de tantas 'verdades' modernas sobre las subjetividades y las libertades, el amor y la necesidad, el deseo y los compromisos, de pronto surge un fragmento de diálogo, acierto del guionista.

Redford le deja finalmente claro que pretender que él se comprometa más allá de sus visitas azarosas y 'libres', es casi una muestra de egoísmo por parte de ella, y una muestra también de (va sans dire) resabio burgués.

Ella, mientras tanto, lo mira con atención, como si lo traspasará. Al fin, no sin cierta decepción, ella entiende: "Al principio yo creía que no querías nada, que no buscabas nada. Ahora me doy cuenta de que lo quieres todo".