viernes, 22 de octubre de 2004

Hay cosas de las que los doctores hablan de un modo tan sereno y habitual, que pasma. Y no sé si es más impresionante lo que dicen o el que lo digan sin parecer pasmarse. O será que nuestra poca sesera, falta de entendimiento, o de fe, tiene por inmenso lo que apenas si es lo que es.

Por ejemplo, hablando sobre la necesidad (*) de la Encarnación del Verbo, Santo Tomás dice en la Suma Teológica (III, q. 1, a.2):
No solamente fue necesario que Dios se encarnara para la promoción del hombre al bien, sino también para la remoción del mal (...) El hombre se instruye por esto para que no prefiera al diablo a sí mismo, no venere al que es el autor del pecado. A este propósito dice San Agustín (De Trinit., lib. XIII, cap. 17): "Puesto que Dios pudo unirse a la naturaleza humana de tal modo que se hizo una sola persona, no se atrevan, por eso, aquellos espíritus soberbios y malignos a anteponerse al hombre, porque no tienen carne."
Un poco antes (III, q. 1, a.1), dice, respecto de Dios:
Dios es grande, no en volumen, sino en virtud; por consiguiente, la magnitud de su poder no siente ninguna estrechez en lo angosto. Si la palabra fugaz del hombre es oída simultáneamente por muchos y toda entera por cada uno de ellos, no es increíble que el Verbo de Dios subsistente esté a la vez en todas partes todo entero.
(*) Con necesidad de medio: es decir, algo con lo cual se llega mejor y más convenientemente al fin. No dice necesario en el sentido de aquello sin lo cual algo no puede existir, que eso es necesidad absoluta. Lo recordó en el artículo primero en esta misma cuestión.