martes, 28 de septiembre de 2004

A unos 2.000 kilómetros al sur de Buenos Aires está Pico Truncado. En la parte norte de la provincia de Santa Cruz, tierra adentro, meseta adentro, a unos 80 kilómetros del mar.

Un cerro trunco que le dio nombre al pueblo. Viento, mucho. Frío, lo necesario.

Yo tengo por ese paisaje, y por el sur del país con cualquier paisaje, un afecto decididamente desordenado. Y los ángeles me premian, cada tanto, dejándome ir. Días apenas, unos pocos. Lo bastante como para dar rienda suelta a la mirada. Y no ver nada. O casi nada.

Es una zona de muy antiguos asentamientos humanos. Pero es tan exigente el ámbito que hasta uno se siente al llegar como un asentamiento humano muy antiguo, al que las civilizaciones han olvidado.

Cerca, un poco más al sur, está mi San Julián (mío por adopción, porque me gustó su ascesis de todo), vieran qué lindo puerto, qué lindas historias hay allí desde hace casi quinientos años. Como que en unos años más, no muchos, se cumplirá el quinto centenario de la primera misa celebrada en nuestro país, según dicen.

Y eso otro que ven en medio del mar son las Islas Malvinas, no sé si me explico.

Pues, por allí andaré en estos días. A veces siento como una profanación ir a dar cursos o clases por allí, ir a hablar en estos sitios, tan a propósito que parecen para el silencio.

Así como se me ocurre a veces que habría que sembrar de monasterios la Patagonia, todavía ahora.