miércoles, 15 de septiembre de 2004

Días atrás, esperando nacer comentó acerca de cierta retórica imbécil y de una expresión de la oración oficial del Congreso Eucarístico.

Cosas de la vida, al poco tiempo cayó en mi mano un folleto. Lujoso, en términos gráficos. Papel satinado, de más de 200 gramos, 21 x 59 centímetros, desplegable, troquelado en 6 cuerpos, doble faz, cuatro colores. Un boletín septiembre-octubre que pregona las actividades del Centro Cultural UCA de la Universidad Católica Argentina. Actividades de las previsiblemente llamadas culturales, con una políticamente correcta cuota de la llamada solidaridad social.

Cuando lo leí con cierto detenimiento, por alguna razón no pude sino asociarlo con lo que, sin extrañeza ni alegría, anotaba Hernán en su página. Confieso, además, que redacté tres veces esto. Una vez me lo borró un virus. Mejor (para mí, sobre todo). La segunda vez, fue por oficio. Ésa la borré yo. De cualquier modo, si alguien tiene demasiado interés en estos asuntos, que se consiga el folletín y, por las suyas, le pase el peine fino.

Por mi parte, me detuve en dos pequeñas entradas del boletín, no por menores menos significativas.

Encuentro y exposición de pintores
Cada país tiene la responsabilidad de mostrarse ante el mundo. El arte, la cultura y las costumbres de una nación se combinan con negocios potenciales y estrategias de marketing internacional, generando el concepto de "Marca País".
En noviembre, el Centro Cultural UCA y la Secretaría de Turismo de la Nación organizarán un Encuentro de Pintores bajo esta temática, con el objetivo de que los artistas convocados plasmen el concepto de nuestra Marca País en sus obras. Los frutos de este encuentro integrarán la Exposición itinerante "Marca País".

Servicio a empresas
Pensando en las empresas que buscan ofrecer un valor agregado a sus empleados, el Centro Cultural UCA ofrece cursos y talleres para capacitarse profesionalmente y desarrollarse en el plano personal. Los cursos pueden dictarse tanto en las instalaciones de la empresa como en el Centro Cultural.

Turismo Cultural
Oratoria Empresarial
Mercado de Arte
Negociación
Apreciación de Arte
Taller de Redacción
Fotografía
Sponsoreo y actividades en conjunto con empresas

Cuando leí la primera notita, les aseguro que inmediatamente me acordé de un párrafo de Cicerón, que me gusta citar.

No somos más numerosos que los Hispanos, ni somos más fuertes que los Galos, no somos más astutos que los Fenicios, ni mejores en las artes que los Griegos, ni tampoco que los Ítalos y los Latinos en cuanto al sentido innato del suelo natural, pero sí superamos a todos los pueblos y a todas las naciones por la 'pietas', por la 'religio' y por una 'sapientia' que consiste en que nosotros tenemos la evidencia profunda de que todo está regido y gobernado por el numen de los dioses.

Sentí una nostalgia infinita -y una envidia inmensa- del siglo I antes de Cristo. Me imaginé, al mismo tiempo, el razonamiento que hay que hacer para llegar a Marca País. El clima espiritual e intelectual que hay que respirar para que a alguien se le ocurra que un Centro Cultural de la Universidad Católica Argentina tiene que ofrecer semejante muestra de tilinguería.

Pero, como la segunda notita del boletín pegaba maravillosamente con la primera, al fin sentí casi toda la nostalgia del mundo. Toda la soledad del mundo. No sé si la mía, pero también.

Sentí toda la soledad del mundo. Me imaginé la que podría haber sentido un pagano del siglo II dC, o un hombre del siglo VIII.

Imaginé que hubiera ido a las puertas de la nueva fe que empezaba a hacerse cultura, civilización, a buscar sapientia, pietas y religio (ya un poco lejanas en su recuerdo, pero vivas por varios otros lados) y que le hubieran dicho que la asistencia social que el Centro Cultural puede ofrecerle, si tiene deseos de desarrollarse en el plano personal, incluye un menú de lo más monono y útil.

No me digan, por favor, algo que ya sé. No me muestren un almanaque de este año y una colección de libros de Paul Johnson, Bertand Russell, Karl Popper o la nueva Constitución de la Unión Europea. No me lean un artículo de Mariano Grondona, de Fernando Savater o de Michel Foucault o de quién sé yo qué obispo, cardenal o superlaico optimista. Ya sé qué año es y dónde estoy. Y por eso mismo, creo tener una idea vaga de este mundo en el que vivo y de los hombres de este mundo. Después de todo, qué embromar, uno es uno de ellos.

Nada más imaginé un hombre que hubiera pasado las invasiones de los bárbaros, que hubiera visto la caída del imperio, la disolución lenta de una cultura que, así como el agua filtra las piedras, se estuviera mezclando con la Buena Noticia y los nuevos modos de ser en sociedad que traían los nuevos tiempos. Imaginé un eremita, un anacoreta, un hombre solo en la selva de soledades de aquellos siglos primeros, rodeado de riquezas que podrían salvarle la vida -la vida que más importa-, un hombre buscando la verdad. Como si dijéramos San Antonio el Abad, San Agustín y tantos otros como ellos en aquellos siglos.

Imaginemos, por qué no, una multitud de hombres de espíritu sediento y hambriento, que se agolparan a las puertas de Alcuino de York, ya muriendo el siglo VIII. Llegan a las oficinas del monje erudito. Aquel que, junto con otros en esos tiempos, recogió pietas, religio y sapientia de todas partes que pudo, y con ellas trazó e hizo la Europa universitaria y buena parte de la Europa a secas.

Y ahí la imaginación se dispara y empieza la nostalgia infinita. Y la sensación de baldío y soledad en el páramo del espíritu. (Claro que en ese páramo o en cualquier otro, el Espíritu sopla donde quiere...)

Esta es la última escena. Antes de que la pantalla funda a negro y aparezcan los títulos, se lo ve a Alcuino junto a los muros de Aquisgrán (ya remodelado y muy parecido al Embankment o a Puerto Madero). Debajo del blazer azul, se le adivinan unos tiradores con motivos búlgaros. Agita animadamente un plateado celular en su mano. Mientras tanto, sin dejar de mirar cada tanto la notebook que tiene sobre una mesita de fórmica, barbilampiño, contento de sí mismo, animoso frente a un futuro de bienestar y solidaridad entre los hombres, le explica a una turba de anacoretas, soldados, labradores, artesanos y reyes -que sin saberlo se disponen a ser la naciente civilización fundada sobre tradiciones venerables y sobre la Buena Nueva- cómo aprovechar las ventajas comparativas, las diferencias étnicas, y cómo utilizar el arte, la ciencia, la Fe y otros materiales fungibles, para construir la "Marca Imperio".

En el fondo del cuadro, se lo ve a Carlomagno, florida la barba blanca, discutiendo acaloradamente con el secretario Económico-financiero de los francos, cómo darle valor agregado a sus empresas guerreras, mientras una germánica rubiecita con trenzas del departamento de Marketing del Frankreich, le acerca una carpeta cuyo rótulo reza: Workshop: Los valores que nos identifican como pueblo.