sábado, 24 de julio de 2004

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Habéis visto la casa edificada, la habéis visto adornada
por uno que llegó en la noche, ahora está dedicada a
DIOS.
Ahora es una iglesia visible, una luz más, puesta en un
cerro
en un mundo confuso y oscuro y agitado por presagios
de miedo.
¿Y qué diremos del futuro? ¿Es una sola iglesia lo único
que podemos edificar?
¿O seguirá la Iglesia Visible y vencerá al Mundo?

La gran serpiente yace siempre medio despierta, en el
fondo del pozo del mundo, enroscada
en pliegues de sí misma hasta que despierta de hambre y
moviendo la cabeza a derecha e izquierda se
prepara para su hora de devorar.
Pero el Misterio de Iniquidad es un pozo demasiado
hondo para que lo sondeen los ojos mortales. Salid
afuera de entre los que aprecian los ojos dorados de la
serpiente,
los adoradores, sacrificio que la serpiente se da a sí
misma.
Tomad vuestro camino y separaros.
No seáis demasiado curiosos del Bien y del Mal;
no tratéis de contar las futuras olas del Tiempo;
sino satisfaceos con que tenéis luz
bastante para dar vuestro paso y encontrar dónde
asentar el pie.
¡Oh Luz Invisible, Te alabamos!
Demasiado clara para una visión mortal.

Oh Luz Mayor, Te alabamos por lo que es menos,
por la luz oriental que nuestras torres tocan de mañana,
la luz que se inclina sobre nuestras puertas occidentales
al anochecer,
el crepúsculo sobre charcos estancados cuando vuela el
murciélago,
Luz de luna y luz de estrellas, luz de búho y de falena,
fulgor de luciérnaga en una brizna de hierba.
¡Oh Luz Invisible, te adoramos!

Te damos gracias por las luces que hemos encendido,
la luz del altar y del santuario;
pequeñas luces de los que meditan a medianoche
y luces dirigidas a través de los cristales de colores de
ventanas
y luz reflejada en la piedra pulida,
la dorada madera tallada, el colorido fresco.
Nuestra mirada es submarina, nuestros ojos miran
hacia arriba
y ven la luz que se quiebra a través del agua inquieta.
Vemos la luz pero no vemos de dónde viene.
¡Oh Luz Invisible, te glorificamos!

En nuestro ritmo de vida terrena nos cansamos de la luz.
Nos alegra cuando acaba el día, cuando se acaba
la función y el éxtasis es demasiado dolor.
Somos niños rápidamente cansados: niños levantados de
noche y que caen dormidos cuando se lanza el
cohete; y el día es largo para el trabajo o el
juego.
Nos cansamos de la distracción y la concentración,
dormimos y nos alegramos de dormir,
gobernados por el ritmo de la sangre y el día y la noche
y las estaciones.
Y tenemos que apagar la vela, apagar la luz y volverla a
encender;
para siempre debemos apagar, para siempre volver a encender
la llama.
Por eso te damos gracias a Ti por nuestra lucecita; ésta
está moteada de sombra.

Te damos gracias a Ti que nos has movido a edificar, a
encontrar, a formar en la punta de los dedos y
los rayos de nuestros ojos.
Y cuando hayamos edificado un altar a la Luz Invisible,
quizás podamos poner en ella las lucecitas para
las que se hizo nuestra visión corporal.
Y te damos gracias de que la tiniebla nos recuerde la luz.
¡Oh Luz Invisible, Te damos gracias por Tu gran gloria!


Thomas Stearns Eliot
(De los coros de la obra La piedra)