miércoles, 14 de julio de 2004

Pongamos el siglo IV ó el V.

De hecho, los emperadores romanos de ese tiempo, apenas si eran cristianos.

Y allí andaban terciando entre obispos de toda laya, favoreciendo a unos, desterrando a otros, ya de parte de una herejía, ya lo contrario. Entre papas y antipapas. Amañando concilios heréticos, o apoyando la ortodoxia. Moviendo tropas y guardias, embajadores, sobornos y espionajes.

Arrio, Nestorio, Sabelio, Pelagio. Del otro lado, Atanasio, Basilio, Cirilo, Agustín. Nombres de 'tapa de diario' de aquellos siglos.

¿Temas? La doble naturaleza divino-humana de Jesucristo, por ejemplo. O la predestinación y la Gracia. O las cuestiones trinitarias. Y otras cristológicas, eclesiológicas, sacramentales, y cosas así.


Ahora, claro, fíjense que, según parece, el emperador Bush y el aspirante Kerry han hecho por estas horas un asunto de campaña electoral del derecho al matrimonio de los homosexuales. Con la consecuente participación de iglesias y partidos.

Como entre nosotros, el nombramiento de un juez supremo -o dos, o tres- viene envuelto en el cordón umbilical de cuestiones uterinas, por ejemplo (y que se trate de juezas, no le quita, sino que le agrega algo de color...), con la consecuente participación de iglesias y partidos.


No me digan que, puestos a guerrear el poder temporal y el espiritual, cosas son cosas, y asuntos son asuntos.


Encuentro una enorme ventaja, en cuanto a calidad de asuntos y de sujetos, en que a los hombres de aquellos siglos se les calentara la sesera por aquellas cuestiones.

El pueblo, por ejemplo, celebraba que los concilios del siglo IV afirmaran la divinidad y la humanidad de Cristo, no porque entendieran los tejes y manejes teológicos o de poder, sino porque les gustaba llamar a la Virgen, Madre de Dios.


Nos han acostumbrado a pensar que lo religioso pertenece a cierta mirada límbica, mítica y pueril de la cultura y del hombre. Y que la mirada religiosa sobre las cosas humanas es casi una obstinada negación infantil, un escapismo adolescente frente a...las verdades contundentes de la sociología o de la ciencia...


Limbo por limbo, me quedo con el misterioso y complejo limbo de los teólogos y filósofos de aquellos siglos, discutiendo sus quisicosas sobre si el Espíritu Santo procede del Padre o del Padre y del Hijo.


Se parece bastante más a una religión, qué puedo decir.



Claro que, y sin embargo, no es menor el dato de que hoy conmuevan la fe (no solamente católica), preferentemente las cuestiones de moral sexual, y que sean el centro de los debates.


Pero dejemos eso para después.