domingo, 15 de febrero de 2004

Y ahora, el turno de la derecha. O de las derechas, siguiendo la idea de que pueden reducirse las variedades a dos.


Hay una derecha que tiene los ojos fijos en la propiedad de los bienes en este mundo.

Una relación peculiar con las cosas materiales de este mundo. Un cierto amor. Un cierto deleite, una cierta fruición. No sólo, ni principalmente, en la existencia de objetos, de bienes materiales. Sino la relación misma con los bienes. Un cierto sentido del aprovechamiento. Y del provecho.

La entera realidad material, concibe esta derecha, es para el hombre. Cuando piensa en los objetos materiales, ve la relación. Nunca el objeto solo. Jamás se detiene en la distancia, la diferencia.
Su brazo llega, por principio, a los confines de la materia, y a los del universo material. Y el objeto le resulta una extensión de su mano.

Propiedad, manufactura, dos términos de la relación, dos nombres de la relación.

La distancia le produce a esta derecha propietaria una doble sensación. Por una parte, considera inútil toda cosa que no esté sometida a la debida relación. Por otra parte, se le abre el piso bajo sus pies si la realidad material no está a la mano o no se somete a la mano humana.

Esta derecha propietaria es también, y por ello, conquistadora.

Jamás posa su mirada en los objetos, jamás percibe la finalidad y naturaleza propia de cada objeto –aun cuando esta finalidad incluya su referencia al hombre– si no es en relación con el acto de propiedad o con la vocación de manufactura.

Manipulación de objetos, sentido de propiedad, conquista. Gobierno de las cosas incompletas, anhelantes de dominio, escabeles de los pies humanos.

Para esta derecha conquistadora del mundo material, el tiempo es un objeto más de este mundo. Y la conquista del tiempo (como de toda cosa sujeta a la temporalidad) es parte principal de la finalidad de la acción humana.

En lenguaje teológico, la derecha conquistadora tiene la convicción, no formulada siempre ni de modo nítido, de que la redención humana está en este gobierno triunfante, en la capacidad exitosa de manipulación. En los peculiares términos de este espíritu, la redención misma se confunde con este éxito.

¿Y de qué debería el hombre redimirse? Del incumplimiento del mandato originario, percibido como una pulsión raigal, de 'dominar la tierra'.

Por oposición, el desasimiento, el desinterés, la prescindencia, son para la derecha conquistadora el pecado, pecado que significa, exactamente, renuncia, distancia.

La derecha conquistadora tiene una inclinación dominante por las cosas de este mundo, ya las considere sumidas en el caos y la informidad, ya las considere ordenadas en línea de batalla pero sin capitán que las conduzca al triunfo.
Porque, en rigor, para los conquistadores, las cosas solas siempre están en estado de caos y de potencial rebelión, ya desperdiciadas porque no se las utiliza o manipula o no se las endereza al provecho humano, ya agresivas, vueltas sobre sí, alentando en su interior, por el hecho de ser materiales, la rebelión a dejarse domesticar por la mano humana.

Cuando esta derecha material percibe la distancia entre el hombre y las cosas, sólo lo hace bajo la especie de oposición. Y oposición hostil.

Tanto la corporeidad, la materialidad exterior a sí, como la propia temporalidad, son percibidas como limitaciones hostiles, y en cuanto tal enemigos a vencer, más que condiciones de la existencia.

Sin embargo, es su irrefrenable apetito de manipulación y posesión y usufructo, lo que vuelve a las cosas hostiles a sus ojos. Y no a la inversa.