martes, 23 de diciembre de 2003

La verdad es también un asunto político.

En las mismas condiciones en que la verdad es un asunto filosófico y moral.


Los hombres hacemos sociedades, nos juntamos en comunidades, tribus, naciones y pueblos.

Nos hacemos plurales y el tegumen de nuestra comunidad es, en primer lugar, la palabra.

Con las palabras tramamos el tejido social. Y con ellas el consenso, necesario para vivir en sociedad, tanto como para gobernar.

Y hay una proporción directa entre la calidad del consenso, la de la sociedad que se desenvuelve con tales consensos y la calidad de la palabra social que trama consensos y sociedades.

Mayor calidad para la palabra, mejores consensos y, en consecuencia, mejor sociedad. Y como añadidura, mejor sociedad significa una vida mejor para los hombres que en ella viven y para los que advendrán.


La calidad de las palabras es el aire del cuerpo social.


Calidad de las palabras significa la verdad que contienen, la realidad misma que transmiten y significan.

Pero no basta con que 'lleven' verdad para ser salutíferas.

Las palabras verdaderas habrán de sonar porque la verdad es necesaria para la salud de los hombres.

No porque es conveniente, oportuna, útil para algún propósito.


Mientras la sociedad no se alimente de este alimento, mientras no tenga la cuota de 'verdad porque es verdad' en las palabras que trafica en su seno, habrá corrupción.


Mientras los que tienen el sonido privilegiado en la palabra pública -y cada hombre, pero principalmente los hombres públicos- no se sometan a esa ley primera, habrán tomado, diría Chesterton, el nombre en vano.


Eso se paga. Eso es el eje de la vida social: la verdad porque es verdad en las palabras.

Y eso se paga si no está. La sociedad paga esa merma, esa falta, esa tergiversación, ese fraude.


La sociedad paga la mentira en las palabras y en la intención de los que trafican verdades mentirosas.

Lo paga en cada uno de sus miembros. Lo paga en todos. Se hace injusta en su raíz y después se hace injusta en su tronco y en sus ramas y en sus frutos.

Y se hace inicua una sociedad cuando es injusta. Y está enferma en su quicio mismo. Y enferma a todos, porque está enferma ella.

Y todos estaremos enfermos de mentira y de verdades mentirosas.


Cada palabra es un hilo de la trama social. Y si el hilo estrá podrido, está podrida la trama y el tejido.


Y más enferma estará la sociedad, cuanto más se pronuncien las palabras 'verdad' y 'justicia', interesada, pomposa o hipócritamente.


Cada palabra enferma que sale del corazón así mentiroso, aunque diga una verdad, y mienta al decir la verdad, porque es radicalmente mentiroso y no le importa nada la verdad que dice sino que le conviene que lo oigan decirla, cada una de esas palabras primero enferma a quien la pronuncia y después extiende la peste a quienes la oyen.


El único médico para esta enfermedad es el corazón mismo de cada hombre.



Eso es un asunto político. Y en un sentido determinado, antes que nada es un asunto político.


Porque el hombre es un ser social por naturaleza.


Y porque tiene la palabra para no estar solo.