viernes, 5 de diciembre de 2003

He aquí un modo de decir los amores. Los ausentes, contrariados, imposibles o los amores a secas, porque en todo amor humano hay una nota de peligro, de insatisfacción, de nostalgia.

Así, por ejemplo, lo dice Cervantes en este ovillejo del capítulo XXVII de la primera parte del Quijote.

Es un ejemplo de cómo se conciben y cómo se dicen, todavía en el siglo XVI, las penas de amor:

¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
Y ¿quién aumenta mis duelos?
Los celos.
¿Y quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza
desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
Amor.
Y ¿quién mi gloria repugna?
Fortuna.
Y ¿quién consiente en mi duelo?
El cielo.
De ese modo, yo recelo
morir de este mal estraño,
pues aumentan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?
La muerte.
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
Mudanza.
Y sus males, ¿quién los cura?
Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.



San Juan de la Cruz, para la misma época, y hablando de otros amores, los místicos, dice en su Cántico Espiritual:

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Más, ¿cómo perseveras,
¡oh, vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que el Amado en ti concibes?

¿Por qué, pues, has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y solo para ti quiero tenellos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura,
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

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