viernes, 5 de diciembre de 2003

Gilbert K. Chesterton estuvo en los Estados Unidos dos veces, en los '20 y en los '30.
Escribió un libro cuando volvió de su primer viaje (What I Saw in America) y otro después del segundo (Sidelights on New London And Newer York).

En el primero, entre otras cosas, creía que debía distinguirse entre Nueva York y el resto del país.

Algunas de sus percepciones sobre la ciudad:


"¡Qué glorioso jardín de maravillas sería éste (está hablando de las luces de Broadway) para cualquiera que tuviera la suerte de no saber leer!"

"...Líneas verticales que sugieren un lanzarse hacia arriba, como grandes cataratas trastornadas, la fuerte luz diurna encuentra en todas partes los bordes quebrados de cosas y la clase de matices que vemos en la tierra recién removida o las blancas secciones de árboles..."

"Si estos edificios de pesadilla se hubiesen realmente construído para nada, ¡qué nobles serían!"




Unos años antes, en la década del '10, Rubén Darío se desvelaba una noche en la misma ciudad, miraba a través de la ventana de su cuarto la ciudad dormida, pero igualmente iluminada, y escribía unos versos que forman parte de su obra dispersa:


La Gran Cosmópolis
(Meditaciones de la madrugada)



Casas de cincuenta pisos,
servidumbre de color,
millones de circuncisos,
máquinas, diarios, avisos
¡y dolor, dolor, dolor!
¡Éstos son los hombres fuentes
que vierten áureas corrientes
y multiplican simientes
por su ciclópeo fragor,
y tras la Quinta Avenida
la Miseria está vestida...
con dolor, dolor, dolor...!
¡Sé que hay placer y que hay gloria
allí, en el Waldorff Astoria,
en donde dan su victoria
la riqueza y el amor;
pero en la orilla del río,
sé quiénes mueren de frío,
y lo que es triste, Dios mío,
de dolor, dolor, dolor...!
Pues aunque dan millonarios
sus talentos y denarios,
son muchos más los Calvarios
donde hay que llevar la flor
de la Caridad divina
que hacia el pobre a Dios inclina
y da amor, amor, amor.
Irá la suprema villa
como ingente maravilla
donde todo suena y brilla
en un ambiente opresor,
con sus conquistas de acero,
con sus luchas de dinero,
sin saber que allí está entero
todo el germen del dolor.
Todos esos millonarios
viven en mármoles parios
con residuos de Calvarios,
y es roja, roja su flor.
No es la rosa que el sol lleva
ni la azucena que nieva,
sino el clavel que se abreva
en la sangre del dolor.
Allí pasa el chino, el ruso,
el kalmuko y el boruso;
y toda obra y todo uso
a la tierra nueva es fiel,
pues se ajusta y se acomoda
toda fe y manera toda,
a lo que ase, lima y poda
el sin par Tío Samuel.
Alto es él, mirada fiera,
su chaleco es su bandera,
como lo es sombrero y frac;
si no es hombre de conquistas,
todo el mundo tiene vistas
las estrellas y las listas
en reposo o en vivac.
Aquí el amontonamiento
mató amor y sentimiento;
mas en todo Dios existe,
y yo he visto mil cariños
acercarse hacia los niños
del trineo y los armiños
del anciano Santa Claus.
Porque el yanqui ama sus hierros,
sus caballos y sus perros,
y su yacht, y su foot-ball,
pero adora la alegría
con la fuerza, la armonía:
un muchacho que se ría
y una niña como un sol.