sábado, 6 de diciembre de 2003

Buenos Aires se vuelve poco a poco peatonal. La zona céntrica luce peatonal. Las calles, los accesos. Cada día más.

Redoblantes, calles vacías, vallados, bombas de estruendo. Marchas, cortes.

Es difícil tomarse en serio la protesta "espontánea". Tiene un regusto teatral.

Un ensayo, un experimento, una puesta en escena.


¿Quiénes son los interlocutores en esta conversación experimental? ¿Es la sociedad la que habla? ¿Es el gobierno, el estado, el que responde?

¿A quién le habla la protesta? ¿A quién le responde el gobierno, el estado?

Parece una conversación fingida. Para que la oigan otros.

Se supone que la protesta es capaz de romper todo. Y no lo rompe.
Se supone que el estado es capaz de evitarlo. Pero no lo evita.

¿Tan lejos, tan hondo llega lo políticamente correcto? ¿Hasta la revolución misma? ¿O es que lo más políticamente correcto es la revolución?

Lo políticamente correcto es otro nombre del miedo, del miedo a la sanción de la ideología (terrible intemperie la del incorrecto).

Los del fin de las ideologías, también hablan en dialecto ideológico. Son portadores que se creen asintomáticos.

No hay conversación sin verdad. Sólo discurso ideológico. Y la ideología jamás ha visto un hombre.


Buenos Aires peatonal. No festiva, sólo peatonal. Como viajeros varados, perdidos en una estación desconocida, yendo a ningún lado.

Las clases sociales argentinas han logrado evitar la lucha de clases. Pero no tanto por afán de concordia.

En realidad se están volviendo gorilas, si ya no lo son del todo. Olvidemos el origen histórico y político de la palabra.


La razón última para volverse gorila es la ignorancia, displicente o agitada, del hombre real.